Meknes (por Jorge Sánchez)
Lo que más me impresionó de Meknes (o Mequínez), fueron los portales de entrada a la ciudad vieja amurallada. El portal más impresionante era el Bab Mansour, el más bello y más grande de Marruecos y de todo el Magreb. Observé que muchos turistas, para conocer el centro sin cansarse y protegerse del sol, alquilaban carruajes tirados por un caballo (calesa) ornamentados de manera tan coqueta, estilo Barbie, que parecían salidos del cuento de la Cenicienta.
Una vez dentro de la ciudad amurallada oí del interior de un recinto una música que me sedujo; parecían cantos sufíes. Se trataba de una mezquita. Sólo pude ver unos instantes a los músicos y cantantes, pues de inmediato una mujer mayor me regañó en idioma francés y me echó sin contemplaciones, al considerarme un «infiel».
Recorrí las callejuelas laberínticas de la medina observando las originales puertas y ventanas, «perdiéndome» a propósito para acto seguido preguntar por la salida a los aborígenes. A veces, aun sabiendo cómo salir, me gustaba oír sus voces por lo que fingía no saber dónde estaba, para observar cómo se relacionaban con un extranjero.
Visité el exterior de mezquitas y palacios más las murallas con sus torreones. Mi intención era dormir esa noche en Fez, por ello a media tarde me dirigí a esa ciudad y descansé en una posada en el interior de la parte amurallada, cerca de Bab al Mahrouq. La mañana del día siguiente visitaría la Medina de Fez.