Maneras de vivir
Uno de los principales temas que generan horas de conversación entre viajeros, o miles de teclas pulsadas para dejar una opinión en diferentes foros y webs de viajes, suele ser la comparación de la calidad de vida entre sitios ya visitados o conocidos. Estas discusiones son con frecuencia apasionadas y cada contertulio suele aferrarse a su punto de vista con fiereza, aportando las razones que le llevan a pensar que en tal o cual ciudad se vive mejor que en tal o cual otra. Y casi siempre es difícil llegar a algún acuerdo, aunque queda recurrir al socorrido tópico como en España no se vive en ningún sitio, algo en lo que muchos coinciden debido seguramente al apego que se le tiene al lugar que te vio nacer y donde pasaste tu infancia.
Aquella tarde de marzo de 2005 aterrizábamos en el aeropuerto de Carrasco, no muy alejado de Montevideo. No habíamos oído ni leído nada demasiado positivo sobre la capital uruguaya y, como solía sucedernos entonces, apenas disponíamos de tiempo para dedicarle. Por consiguiente, nuestra idea era simplemente usar la ciudad como base para visitar Colonia del Sacramento y quizás algún balneario, término usado en esas latitudes para referirse a las playas o localidades costeras. Las calles de la principal población uruguaya en número de habitantes las dejaríamos para recorrerlas a la caída de la tarde, antes de retirarnos a descansar de los avatares vividos durante la jornada.
En el aeropuerto bonaerense de donde procedíamos, habíamos entablado conversación con una señora argentina muy simpática, que elogió durante largo rato las bondades del carácter uruguayo. Mientras nos dirigíamos al centro de Montevideo, por la llamada Avenida de las Américas, íbamos comentando las excelencias de las zonas residenciales que veíamos a través de las ventanillas del taxi. La impresión que nos iba causando la ciudad era muy positiva, seguramente por la apariencia de tranquilidad que se percibía. La vida parecía transcurrir con calma en aquel lugar y ése es un factor que normalmente apreciamos, debido al habitual stress que se sufre durante el día a día en las grandes urbes europeas.
La capital uruguaya es una población encantadora, aunque no destaca en demasía por su atractivo arquitectónico. Debido a su emplazamiento junto al Río de la Plata, mantiene un clima suave durante todo el año. El ambiente que se respira en la ciudad nos causó una sensación tan positiva que decidimos posponer nuestra planeada visita a Colonia del Sacramento y el balneario de Punta del Este para un futuro viaje, de manera que pudiéramos concentrarnos en intentar conocerla algo más en profundidad. Así que dedicamos nuestro tiempo a pasear por sus amplias avenidas, relajarnos en Plaza Independencia y recorrer el paseo marítimo junto a Playa Pocitos, además de echar un vistazo a algunas muestras de arquitectura colonial que aún quedan en Ciudad Vieja.
Crédito: Eduardo Ruggieri
Cuando el hambre apretaba nos acercábamos raudos hasta el denominado Mercado del Puerto, un antiguo mercado del siglo XIX donde ahora se localizan diversas tabernas y asadores en los que se puede degustar un chivito y otros platos típicos. Integrados en un ambiente agradable, no resultaba difícil entablar una animada conversación con locales que allí se reunían, siempre amables, educados y tranquilos. Mientras daba buena cuenta de un excelente asado de vacuno, generosamente regado con un buen caldo del país, terminé de convencerme de que Montevideo es una ciudad en la que me gustaría residir algún día.