Luto en la medina
Aquel ocho de junio de 2006 se respiraba un ambiente extraño en Damasco. La tensión caía a plomo sobre la capital siria y era tan densa que casi podía cortarse con un cuchillo. Mucha gente en la medina había dejado un poco de lado sus ocupaciones habituales y estaban pendientes de las noticias que llegaban a través de las ondas, bien mediante un aparato de radio o uno de televisión. Incluso podía apreciarse que algunos ciudadanos miraban al extranjero de una forma especial, como si su presencia no fuera precisamente bienvenida un día tal como ese, cuando uno de sus máximos referentes acababa de cambiar su vida terrena por las numerosas huríes que deseosas le esperaban en el Paraíso.
Habíamos salido muy temprano de Beirut ese día aún de primavera aunque el calor ya empezaba a apretar, especialmente al abandonar la capital libanesa. Tras cruzar la cordillera del Líbano llegamos al valle de la Beqaa, escenario habitual de conflictos a lo largo de su historia. Solo nos separaba de la frontera con Siria la paralela cordillera del Antilíbano, menos impresionante y con cumbres no tan altas como la anterior. Los trámites fronterizos fueron más sencillos de lo previsto, debido sin duda a la ayuda prestada por nuestro conductor, un libanés de religión chiita. Poco después avistábamos las primeras edificaciones de Damasco, una de las ciudades más antiguas del mundo y que floreció especialmente durante ese periodo omeya que tuvo lugar aproximadamente en el siglo VII.
Nuestro primer contacto con la ciudad tuvo lugar en el museo arqueológico, que testimonia el pasado de un país que ha vivido numerosas vicisitudes desde tiempos inmemoriales. El oficialmente llamado Museo Nacional de Damasco contiene varias colecciones de mucho interés, desde la Prehistoria hasta la Edad Moderna. Incluye muestras de arte romano y bizantino, civilizaciones establecidas en el lugar que hoy ocupa la ciudad y de las que aún se conservan numerosos vestigios. También presume de numerosas muestras de arte islámico, aunque quizás su pieza más valiosa sea el primer alfabeto conocido, que fue hallado en las excavaciones realizadas en Ugarit, cerca de la actual ciudad de Lataquia.
Más tarde nos dirigimos hacia la majestuosa mezquita de los Omeyas, construida en el siglo VIII en el lugar anteriormente ocupado por un templo cristiano. Siendo niño había visto unas imágenes de este magnífico edificio y cuando por fin pude estar frente a él sentí una inmensa emoción. Es de agradecer que los no musulmanes puedan acceder al interior del recinto, al tratarse de un lugar de culto también para los cristianos. No en vano allí se encuentra el sitio donde se supone enterrada la cabeza de San Juan Bautista, profeta a quienes los musulmanes llaman Yahya. Junto a la mezquita se sitúa el mausoleo de Saladino, temido y a la vez respetado caudillo musulmán, donde puede verse su tumba junto a un sarcófago de mármol vacío.
Emulando a San Pablo caminamos por la Via Recta, antigua calle romana de casi dos kilómetros de longitud que aún conserva su nombre original. Allí se encontraba la casa donde Saulo ayunó durante varios días antes de su bautizo de manos de Ananías, cuando pasó a convertirse en Pablo. Bajamos unas escaleras hasta la antigua capilla de Ananías, construida para conmemorar tal momento. Retornamos por la misma calle hasta el zoco situado en uno de sus extremos, atestado de gente a esa hora. Mientras deambulábamos por la intrincada red que conforma la medina en busca de un lugar para reponer fuerzas notamos una sensación rara, como si por algún motivo la tradicional hospitalidad hacia el extranjero tan habitual en Oriente Medio allí no existiera. Intrigados, nos atrevimos a inquirir el motivo a unos ciudadanos atentos a la televisión. Según nos comentaron, aquel día había muerto cerca de Bagdad al-Zarqawi, el líder de al-Qaeda en Irak y símbolo de la resistencia frente a Occidente en aquel país. Y la tristeza flotaba en el ambiente, porque para muchos damascenos se había consumado el fin de una especie de Saladino moderno.
Vaya, debió resultar muy rara esa sensación de falta de cortesía hasta que supisteis el motivo :S
un saludo
Extrañamente, la gente no resultaba nada agresiva, la hospitalidad siria es legendaria aún en los peores momentos. Era como una sensación de tristeza que flotaba en el ambiente. Lástima que aquello no fuera lo más grave que les ha ocurrido, porque lo que vino después ha resultado infinitamente peor, y lamentablemente no se ve el final. Pobre gente.
Muchas gracias por tu comentario.