Lucha de gigantes
Lucha de gigantes, convierte el aire en gas natural. Así se iniciaba una de las canciones más emotivas del añorado Antonio Vega, un músico tocado con esa varita mágica de la sensibilidad que tan solo reciben los elegidos. Desconozco si las leyendas de Kuwait contemplan alguna lucha entre gigantes en sus confines, pero lo que está claro es que en este pequeño país el gas natural discute al menos la supremacía del aire como fluido más abundante. No lleva a ello tan solo la proliferación de reservas gasísticas en su escaso territorio, sino también el sol de justicia que cae a plomo sobre su superficie y hace el simple hecho de respirar dificultoso, como si el aire escaseara y se resistiera a llegar hasta los pulmones.
Pude cerciorarme de ello a mediados de abril de 2011, cuando la temperatura a la sombra alcanzaba los 37ºC durante la mayor parte del día. Mejor no imaginar los límites a los que llegará el mercurio durante el verano boreal, cuando la arena y el asfalto, que se disputan la hegemonía en la capital del país, literalmente echan humo, haciendo casi imposible el trabajo del viandante. Y es que la Península Arábiga, en cuyo borde noreste se sitúa Kuwait, es una de las zonas más calurosas del Planeta. Este hecho complicaba sobremanera la existencia de las tribus nómadas que por ella se desplazaban aún en tiempos no tan lejanos. Aunque al menos los kuwaitíes tenían una ventana al mar, a ese Golfo Pérsico del que dependía su existencia como pescadores y buscadores de perlas.
Hasta que en las primeras décadas del siglo XX la fortuna, en forma de descubrimiento de hidrocarburos, hizo su aparición en el país. Su maltrecha economía dio en pocas décadas un vuelco espectacular, lo que llevó a Kuwait a ser el primero de todos los emiratos del Golfo en conseguir su independencia allá por 1961. El crecimiento fue tan vertiginoso que hizo al nuevo estado colocarse rápidamente en los primeros puestos mundiales en renta per capita, algo que se mantiene hoy día a pesar de que la invasión sufrida a manos de Irak ralentizó considerablemente su desarrollo. Aunque las razones esgrimidas para la ocupación fueron presuntos derechos históricos sobre el territorio kuwaití, la realidad es que el infausto Saddam Hussein buscaba hacerse con el oro negro almacenado en el subsuelo vecino, no dudando en ordenar la quema de sus pozos petrolíferos al tener que batirse en retirada.
El equilibrio de esta pequeña nación es un tanto inestable por consiguiente. Geográficamente situada entre Arabia Saudí e Irak, muy cercana a la frontera con Irán, su riqueza resulta un bocado muy apetecible para tan poderosos vecinos. Necesita por tanto un aliado que la proteja, papel desempeñado tradicionalmente por los saudíes, que han ejercido de barrera contra las ansias expoliadoras de los iraquíes y las habituales diferencias de criterio religioso con los iraníes. Por supuesto, también llega hasta aquí la larga mano de los estadounidenses, para quienes este estado tiene un importante papel tanto estratégico como económico. Debido a ello no es difícil encontrar en Kuwait muestras del american way of life. A pesar de todo la sharia, aunque en versión un tanto descafeinada, sigue rigiendo el destino del país y, por ejemplo, playas tan atractivas como Miami Beach suelen mostrarse desiertas.
A imagen y semejanza de los downtown estadounidenses, tal y como poco a poco ha ocurrido en las grandes ciudades de buena parte de Asia, el paisaje kuwaití ha ido elevándose hacia el cielo. Los rascacielos surgen en el desierto como setas, en una espiral constructora que ni siquiera la tan cacareada crisis mundial ha sido capaz de detener. Nuevas edificaciones de hormigón y fibra de vidrio se suceden una tras otra, en lo que parece ser una competición sin fin con los emiratos vecinos para ver quien construye más alto, más rápido y con un diseño más futurista. No es de extrañar pues que la lucha de estos gigantes modernos por cada milímetro de espacio vital sea esa que convierte en gas natural el cada vez más escaso aire de Kuwait.
Florencio, hiciste que me interesara por Kuwait por vuestro reportaje reciente de los edificios en forma de pincho de aceitunas. Y, sin embargo, me pregunto: ¿vuestra visita a Kuwait fue consistente, o tipo a las del inspirador Selestino, de tránsito unas breves horas, a los países del Golfo Pérsico? Haceme caso y decime la verdad, Florencio, que yo confío en vos.
No, compadre, que yo estuve en Kuwait cuatro días, suficiente para ver la capital aunque poco del país. En Qatar estuve también unos cuatro días y en Emiratos Árabes Unidos más de una semana, llegando hasta cada uno de los siete emiratos que componen el estado. Incluso estuvimos también más de una semana en Bahréin, un pequeño emirato insular donde no llega el turismo de masas como lo hace últimamente a Doha y a Dubai. Me gustan los pequeños emiratos del Golfo Pérsico.
Menos mal que vos no sos un «inspirador» de la secta del gran gurú que vuelve a su casa por la navidad, y, en consecuencia, vuestros reportajes son bien chéveres y auténticos. Gracias otra vez por compartir con nosotros vuestras experiencias viajeras.
A mí ese de ser «inspirador» me parece una responsabilidad muy grande y hasta me da cierto miedo. Confío absolutamente en el sentido crítico de quien me lee y espero que se den cuenta de que todo lo escrito aquí lo está de un modo muy subjetivo. Quienes se apropian del derecho de influir en sus lectores, pues también se llaman a sí mismos «influenciadores», siguen una senda que yo no seguiré jamás. Yo me limito a dejar aquí mi mensaje sin ningún ánimo de influir ni de inspirar a nadie.
Muchas gracias de nuevo por el comentario, compadre.