Lo Manthang (por Jorge Sánchez)
Me costó alcanzar Lo Manthang, la capital del antiguo Reino de Mustang. Fue al llegar a Kagbeni cuando me uní a un grupo de gurungs con sus yaks y me camuflé entre ellos, pues en aquellos tiempos (1989) estaba estrictamente prohibido acceder a ese antiguo reino, pues el rey odia a los extranjeros. Sus habitantes están relacionados con los tibetanos. Pensé que el hombre existe antes que las fronteras y sentí curiosidad por conocer ese misterioso reino y demostrar al rey que no todos los extranjeros somos malos.
El descenso por la garganta de Kali Gandaki era muy peligrosa, hasta para los gurungs. A veces los yaks, cargados con sacos de arroz, se asustaban y no querían seguir adelante. Los gurungs les tenían que arrear en el lomo con un palo para que continuaran. Tres días me costaría llegar a pie a la ciudad amurallada de Mustang, para no perderme seguía la ruta de los chortens en los picos de las montañas y cruces de caminos, pues actuaban como las flechas amarillas en el Camino de Santiago y te conducían a Mustang, y más allá al Monte Kailash.
Cuando divisé las murallas y los monasterios y chortens alrededor de Mustang, me emocioné. Pero temí que si entraba a su interior descubrirían que era un odiado extranjero y el rey me expulsaría. En realidad mi meta era el Palacio del Potala, en Lhasa, así que rodeé la ciudad sin penetrar en ella, y continué por un sendero hacia un paso que me conduciría hacia media noche a la entrada en la aldea tibetana cuyo nombre sonaba a Litse, burlando un control de un campamento militar chino.
Por desgracia, al pedir ayuda en una casa de Litse me denunciaron, me dejaron dormir en un cuartel y por la mañana los soldados chinos me devolvieron en su jeep al paso número 23 de Mustang. Fue cuando descendí y entré en la ciudad amurallada, con gallardía. Pero allí de nuevo sería descubierto, encerrado por orden del rey (a quien no llegué a ver) y al día siguiente sería conducido escoltado por un soldado de ese reino hasta Kagbeni, adonde llegamos dos días más tarde. Mi aventura de viajero revoltoso no tuvo consecuencias; en Kagbeni la Policía me dejó en libertad y me permitió realizar el giro completo al Annapurna a través del Thorung La Pass.