Lima (por Jorge Sánchez)
Varias veces he visitado Lima en el pasado, quedándome a dormir en casas de amigos. No poseo fotos de esos tiempos. Pero sí unas pocas de mi último viaje, acaecido el año 2006, cuando debía tomar un buque llamado Maxim Gorkiy, que me llevaría la isla de Pitcairn (la de los amotinados del Bounty), el cual durante dos días atracó en el puerto peruano de El Callao. Cada mañana, tras el desayuno, me dirigía en autobús al centro histórico de Lima para revisitar y rememorar mis viajes del pasado a la llamada en tiempos de la colonia «Ciudad de los Reyes», la joya de la Corona Española. Esos días había toque de queda en Lima; todos los edificios oficiales estaban protegidos por tanques y soldados armados hasta los dientes.
Era un gozo recorrer los edificios coloniales de la Plaza Mayor. Admiré de nuevo el Palacio del Gobierno, el Palacio de Justicia, el Palacio Municipal con sus bellísimos balcones de influencia rococó, la Catedral, la Basílica y Convento de San Francisco de Lima (que contempla UNESCO en su Patrimonio), más la Casona de la Universidad Nacional Mayor de San Carlos. Esta universidad de Lima está en lid con la de Santo Tomás de Aquino (en Santo Domingo, República Dominicana) por el honor de ser la Universidad más antigua de América. Últimamente se ha añadido a la disputa de este título la Universidad de México.
Durante el tiempo de la colonia, España construyó 25 universidades en América, basadas en las de Salamanca y Alcalá de Henares (además de innumerables colegios). Ni franceses en Quebec, holandeses, daneses y suecos en las Antillas, o portugueses en Brasil, fundarían ninguna universidad en todos los años que colonizaron tierras americanas. La primera universidad que fundaron los ingleses en América fue en Pensilvania, en 1740, pero sólo para los «blancos» o emigrantes de Europa. Mientras que las 25 universidades españolas eran para todos los españoles, es decir, los nacidos en España y también para los propios indígenas, o nativos naturales de América, pues también eran ciudadanos españoles. Antes de regresar al barco comía en un restaurante limeño que conocía del pasado: La Buena Muerte. Allí solía ordenar un cebiche de uñas de cangrejo, o bien un cuy, es decir, un conejillo de indias, y siempre regado por una buena jarra de pisco.