La tentación vive arriba
Resulta difícil afirmar de forma categórica cual es la ciudad más antigua del mundo, pero la más firme candidata es la población hoy palestina de Jericó. Las evidencias de un asentamiento humano en ella se remontan nada menos que al noveno milenio a.C. y se han encontrado múltiples indicios de haber sido habitada ininterrumpidamente desde entonces, salvo probablemente en un periodo comprendido entre los siglos XV y X a.C., cuando la localidad hubo de ser reconstruida. Excavaciones realizadas desde mediados del siglo XIX en la colina denominada Tell es-Sultan así lo demuestran y, por consiguiente, esta ciudad cananea parece merecedora de tan valorada distinción.
Situada en la parte oriental de Cisjordania, algo al noroeste del Mar Muerto, Jericó asemeja ser un oasis en medio de un territorio casi desértico. El motivo es la abundancia de manantiales subterráneos en esta zona, hecho que quizás explique su primitivo poblamiento. Entre los muchos árboles que pueden verse en la ciudad destaca el sicomoro al que se supone que subió el recaudador Zaqueo, que al parecer no destacaba por su elevada estatura, para ver a Jesucristo, según relata el Nuevo Testamento. Cuando éste lo vio, afirmó la necesidad de hospedarse en su casa, algo que sorprendió a sus fieles por ser considerado el publicano un pecador.
Sea cierta esta historia o no, la relación de Jericó con las Sagradas Escrituras es constante. En sus inmediaciones se encuentra Qasr el-Yahud, lugar donde, de acuerdo con la tradición cristiana, tuvo lugar el bautismo de Jesucristo a manos de Juan el Bautista. El río Jordán sirve de separación entre Palestina y Jordania en este punto y diversas excavaciones arqueológicas se han realizado a ambos lados de la frontera, sacando a la luz restos de un monasterio, algunas iglesias y diversas pozas bautismales. Aunque resulta imposible probar que la celebración del primer bautismo reconocido por la cristiandad tuviera lugar en él, parece que este sitio ya era venerado como tal incluso desde la época bizantina.
No lejos de allí se encuentra el lugar localmente denominado Qasr Hisham, donde se encuentran los restos de lo que debió ser un grandioso palacio. Jericó pasó a manos musulmanas a mediados del siglo VII y el dirigente omeya Hisham ibn Abd al-Malik construyó aquí una suntuosa residencia aproximadamente un siglo más tarde. Destinado a su sucesor, el futuro califa Walid II, el complejo cuenta con termas al estilo romano, patio, mezquita y diversas salas decoradas con extraordinarios mosaicos. Resulta interesante la representación de diversas figuras humanas en estuco, incluyendo algunas féminas semidesnudas como prueba de que los omeyas practicaban un islamismo mucho menos radical que el que se impuso posteriormente.
Emplazado en la cueva donde Jesucristo ayunó durante cuarenta días y sus correspondientes noches tras ser tentado por el diablo en el desierto, el monasterio de la Tentación está situado en plena ladera de un acantilado rocoso, a más de trescientos cincuenta metros de altura. Diversas edificaciones monásticas se han construido en este lugar desde el siglo VI, estando datada la actual a finales del siglo XIX. Para llegar hasta ella es posible subir en un teleférico que parte desde la vecina Jericó y deja al visitante en un punto desde el que hay que continuar un tramo a pie. A pesar de mis resquemores iniciales, no pude resistirme a aquella poderosa tentación, que, como en una excepcional película de Billy Wilder, también vivía arriba. Aunque no se llamara Marilyn y ni siquiera fuera mujer.