La isla tranquila
Numerosos viajeros llegan a Bali atraídos por su fama de isla paradisiaca y resultan enormemente decepcionados al encontrarse con sucesiones de hoteles sin fin jalonados por restaurantes y macrodiscotecas, donde numerosos turistas muestran el bronceado adquirido tras interminables sesiones bajo el sol en las poco atractivas playas de la isla. Aunque aún existen algunas posibilidades de salvación. Si lo que busca el visitante es impregnarse de la extraña cultura balinesa, debe abandonar de inmediato el sur de la isla y encaminar sus pasos hacia el centro o mejor aún hacia el norte, donde la contaminación turística no ha llegado todavía. Si por su parte prefiere descansar en alguna playa atractiva y poco masificada, una buena opción es dirigirse hacia las cercanas Lembongan, Ceningan o Penida.
Lembongan es poco más que un islote de escasos diez kilómetros cuadrados de extensión, situado a pocas millas náuticas al sur de Bali y al que es posible llegar tras aproximadamente una hora en barco desde el puerto de Benoa. A pesar de que existen algunos hoteles en la isla y que ésta no soportaría un número elevado de visitantes debido a su pequeño tamaño, al desembarcar en ella sentí de inmediato la tranquilidad que buscaba y me fue imposible hallar en las atestadas Nusa Dua o Kuta. La fina arena de sus playas daba la impresión de haber sido tamizada antes de ser allí esparcida, e incluso los turistas que disfrutaban de los entretenimientos disponibles retozaban sobre ella a un ritmo que aparentaba ser bastante más pausado que en la isla vecina.
Parece evidente que los aproximadamente siete mil habitantes de Lembongan tienen un origen similar al de los balineses. Sus raíces culturales son idénticas, como demuestran los templos existentes en la islita, donde se celebran parecidas ceremonias a las que pudimos ver en Bali. Conviene subir al denominado Puncak Sari, desde donde además se disfrutan excelentes vistas de las vecinas Ceningan y Penida e incluso del Gunung Agung, el punto culminante de Bali. Existe también un Pura Segara, o templo dedicado al dios de las aguas, tradicional fuente de agua sagrada en la cultura balinesa y donde suele celebrarse un ritual denominado Melasti en el que se llevan en procesión las deidades hasta el borde del mar.
Esta isla es además ideal para el buceo, pues en sus inmediaciones abundan diferentes tipos de corales, y buena parte de su costa está cubierta por manglares a los que es posible acercarse en pequeñas embarcaciones. Aunque quizás lo más curioso de Lembongan sea una vivienda subterránea, excavada por su dueño en el subsuelo y que dispone de cocina, salón, habitaciones, baño y hasta sala de meditación, que suman un total de quinientos metros cuadrados bajo tierra. Parece que su creador se inspiró en una leyenda hindú para construir la casa-cueva y trabajó duramente en ella a lo largo de quince años, hasta que pudo verla terminada ya en su senectud. Son sus descendientes los que ahora la muestran a los visitantes a cambio de una pequeña propina.
La vida cotidiana parece transcurrir en Lembongan a un paso más lento que el ya de por sí relativamente calmado al que lo hace en su hermana mayor. Poco afectada por el turismo aún, la mayoría de sus habitantes se dedican a la recolección de algas, que es habitual ver secándose al sol en cualquiera de las dos pequeñas poblaciones que existen en este lugar donde todavía no han llegado los coches. No resulta difícil ver a los isleños ejerciendo su trabajo sin preocuparse en demasía ante el hecho de ser observados, incluso sorprendidos de que los visitantes comiencen a llegar hasta allí. Imagen que era seguramente habitual en el sur de Bali hace treinta años y es casi imposible de encontrar en la actualidad.