Hace más de diez mil años un grupo de artistas anónimos dejó su huella en una serie de formaciones rocosas situadas en la región azerbaiyana de Gobustán, a unas decenas de kilómetros al suroeste de la capital del país, Bakú. Aquí, en una amplia zona montañosa desde la que se disfruta de buenas vistas sobre el Mar Caspio, los petroglifos se cuentan por millares, formando un conjunto muy atractivo para el visitante. Y es que, a pesar de los adversos fenómenos meteorológicos, buena parte de estos grabados han llegado hasta nuestros días en un sorprendente buen estado de conservación, tal y como pude comprobar durante nuestra visita a Azerbaiyán en agosto de 2010.

Como si de una especie de museo prehistórico al aire libre se tratara, en Gobustán pueden contemplarse numerosas escenas de la vida cotidiana de sus pobladores. Desde imágenes de numerosos tipos de animales hasta figuras de ambos sexos enfrascadas en lo que parecen ser danzas rituales. No faltan escenas de caza, ni representaciones de objetos usados en el día a día. También existen ilustraciones de astros celestes como el sol o las estrellas. E incluso hay siluetas de barcos, extrañamente similares a los usados por indígenas de continentes lejanos. Esta coincidencia atrajo al ilustre navegante e investigador Thor Heyerdahl, que pasó aquí un tiempo estudiando estas figuras.

No cabe duda de que la intención de los autores de estos petroglifos no era artística, sino que probablemente eran utilizados en algún tipo de ceremonias rituales, seguramente con la intención de ganarse el favor de sus dioses. Pero estas extrañas y simbólicas representaciones, especialmente las que muestran figuras de apariencia humana, resultan ciertamente cautivadoras. Como si el paso del tiempo les hubiera otorgado una nueva dimensión, su categoría como obras de arte en la actualidad es indudable. A ello hay que añadir su valor testimonial como muestra de la vida cotidiana de sus creadores en aquella época tan lejana.

Aunque Gobustán ofrece al viajero una aridez extrema en la actualidad, parece que hace diez mil años debió tener una climatología muy diferente. Podría explicarse así el hecho de que ésta debió ser una zona considerablemente poblada, a tenor de los numerosos vestigios encontrados. Diversos objetos son expuestos en un pequeño museo, situado en las inmediaciones del área de petroglifos que pueden visitarse. Junto a él pueden verse también varias estelas de piedra con inscripciones diversas. Pero quizás lo más interesante sean una especie de cuencos excavados en la roca cuya función no está del todo clara, aunque su uso podría ser el de almacenar agua o incluso el de servir como improvisada cocina.

A tenor de lo expresado en las rocas, la fauna de Gobustán en aquella época debió ser de lo más variada, pues el rango de especies que muestran los grabados es considerable. A diferencia de la actualidad, cuando aparte de algún que otro zorro el animal más representativo del lugar es la serpiente, con las que conviene ir con cuidado y no apartarse en exceso de la senda visitable. Sin embargo, hubo un tiempo en el que aquí vivían caballos, ciervos, toros, diversos tipos de felinos, gacelas y otros mamíferos. Incluso varios petroglifos prueban de forma irrefutable la presencia del cerdo, que bastante tiempo después desapareció de toda la zona debido a obvias cuestiones religiosas. Aunque me atrevo a aventurar que para aquellos artistas paleolíticos constituía un manjar delicioso.