La ciudad blanca
Cuando a comienzos del siglo XX empezó a edificarse la ciudad de Tel Aviv, buena parte de los arquitectos encargados del trabajo se adaptaron a los gustos modernos de la época. Algunos de ellos habían llegado desde Alemania huyendo de los nazis y no se resignaron a dejar de aplicar las nuevas tendencias aprendidas en su país, donde la arquitectura Bauhaus hacía furor por entonces. Los conceptos prácticos de esta escuela se propagaron por la nueva ciudad como la pólvora, y pronto surgieron como setas numerosos edificios caracterizados por su funcionalidad y sencillez. Tantos, que en la actualidad existen más de cuatro mil edificaciones de esta tendencia en la ciudad hebrea, la mayor parte de ellas pintadas de un resplandeciente color blanco con el fin de mitigar un tanto el caluroso clima veraniego del lugar.
A pesar de estar situada en una zona que tradicionalmente se considera Oriente Medio, Tel Aviv me pareció una ciudad auténticamente mediterránea, mostrando incluso evidentes similitudes con alguna situada en el Levante español. Su proximidad al mar y sus numerosas zonas verdes garantizan un ambiente relajado y sumamente agradable. Abundan las galerías de arte y los museos. No es difícil encontrar restaurantes de autor y sus habitantes presumen de una incansable afición por las últimas tendencias del diseño. Todo muy cool en definitiva en este reducto occidental en pleno Oriente, donde al pasear por sus calles resulta imposible creer que a apenas cincuenta kilómetros de distancia perdure un soterrado conflicto que amenaza constantemente la paz de sus ciudadanos.
Pensada para desarrollarse a las afueras de la histórica villa de Jaffa, Tel Aviv ha crecido rápidamente y en la actualidad ambas poblaciones están unidas formando la entidad denominada Tel Aviv-Yafo. Jaffa se considera uno de los puertos más antiguos que existen y muestra al visitante algunas edificaciones históricas, de las que Tel Aviv carece por completo. Una de las más destacadas es la Torre del Reloj, erigida a principios del siglo XX en honor del sultán otomano bajo cuyos dominios estaba por entonces esta zona. También resulta de interés la iglesia católica de San Pedro, levantada en el siglo XVII sobre una antigua ciudadela construida por los cruzados en aquel lugar y de la que aún quedan restos en el interior del templo. Esta advocación no es casual pues, de acuerdo con la tradición, Simón Pedro residió durante algún tiempo en Jaffa.
A diferencia de la vecina Tel Aviv, donde casi tan solo habitan practicantes de la religión judía, en Jaffa existe una minoría importante de ciudadanos árabe israelíes. A pesar de lo que su nombre parece indicar, éstos no siguen exclusivamente los preceptos del Islam, sino que una parte de ellos ejercen la religión cristiana. Aparte de iglesias, como la mencionada de San Pedro, se ven por consiguiente numerosas mezquitas. Y aunque no es la más antigua de todas, la de Hassan Bey es probablemente la que presenta un mayor atractivo, tanto arquitectónicamente como por lo que tiene de simbolismo para los musulmanes de la ciudad, que protestaron airadamente ante el intento de convertirla en un centro comercial hace unos treinta años. Finalmente lograron su propósito y el lugar sigue dedicado al culto en la actualidad.
Ha pasado casi un siglo y los blancos edificios Bauhaus de Tel Aviv siguen mostrando al visitante toda su funcionalidad y simplismo, sin haber perdido un ápice del espíritu moderno con el que fueron diseñados. Uno de los puntos clave en la ciudad es la Plaza Dizengoff, donde se encuentra el emblemático Hotel Cinema, que anteriormente era un teatro muy popular entre los residentes de la localidad. Fieles al concepto de ciudad jardín con el que Tel Aviv fue originalmente concebida, las construcciones situadas en los alrededores de la plaza suelen presentar parterres en terrazas y bajos, que los vecinos aprovechaban tanto para cultivar sus propias hortalizas como para desarrollar esa esencia comunitaria tan habitual en este país. Verde a la vez que blanca, Tel Aviv sigue haciendo honor a esa denominación de colina de la primavera con la que fue bautizada.
Muy interesante, como siempre.
Hace unos días tuve una reunión con un proveedor israelí con los que llevo bastante trabajando y les dije que ya va siendo hora de que me lleven a Israel y de paso a un partido del Maccabi en La mano de Helias. A ver si toman nota o les amenazare con no comprar mas cacharros suyos 🙂
La otra «ciudad blanca», al menos por nombre, es Belgrado, no?
¿No has estado en Israel? A pesar de los pesares, es un país muy recomendable, con mucho que ver para quienes disfruten de la Historia. Y Tel Aviv fue una gran sorpresa, me gustó mucho la ciudad y el ambiente, mucho más tranquilo que el que suele vivirse en La Mano de Elías.
Etimológicamente Belgrado es más blanca que Tel Aviv, pero visualmente creo que es al contrario. 🙂
Un abrazo.