Kandy (por Jorge Sánchez)
Iba viajando demasiado rápido por Sri Lanka, a razón de un día por patrimonio mundial; de este modo visité en tres días Anuradhapura, luego Polonnaruwa y finalmente subí al espectacular peñón de Sigiriya, así que al arribar a Kandy hice un alto en el camino durante unos días de tanto ajetreo en un hotelito céntrico, pues necesitaba tiempo para lavar mi ropa sucia, repasar mi correo e ir al barbero, aunque no por ello dejaría de visitar los alrededores de esa encantadora ciudad montañosa en excursiones de ida y vuelta a lugares vecinos, como fueron las plantaciones de té y un parque nacional. No podía haber escogido una ciudad más agradable en Sri Lanka para reposar, mejor que en sus playas, pues Kandy era un lugar apacible y bello, con un lago artificial en el centro, grandes jardines, numerosos templos (tanto budistas como hindúes), estatuas de Buda por doquier, y elefantes circulando por las calles, con un mercado exótico donde solía comer a diario, y la visión de multitud de monjes vestidos de color amarillo o azafrán junto a los templos. Además, su temperatura era más soportable al hallarse esa ciudad a unos 500 metros de altitud, por lo que no se sufría el calor pegajoso de, por ejemplo, Colombo.
El budismo es la religión mayoritaria en Sri Lanka, seguida del hinduismo y del cristianismo. El monje Mahinda, que era el hijo primogénito de mi admirado emperador Ashoka, fue el que introdujo el budismo en Sri Lanka. Esos días había muchos fieles budistas de otras partes del país, pues Kandy constituye el principal lugar de peregrinaje de Sri Lanka gracias a su Templo del Diente de Buda, la principal atracción turística de la ciudad.
Una mañana guardé una larga cola con la intención de ver el diente de Buda. En la fila seríamos centenares de personas, tal vez millares. Sin embargo no lo mostraron, al llegar a un tabernáculo nos dijeron a los que allí esperábamos que el canino izquierdo de Buda se hallaba dentro de una cajita, pero que tuviéramos fe pues de verdad se encontraba allí dentro custodiado. Me sentí un poco defraudado, como cuando viajé a Aksum, en Etiopía, para contemplar el Arca de la Alianza y no me dejaron verla. Tras Kandy viajé al pico de Adán para ascender a su cima.