Kamchatka (por Jorge Sánchez)
Volé desde Moscú a Petropavlovsk-Kamchatski sin saber si sería aceptado a desembarcar del avión en mi destino. Eran unos tiempos cuando en Rusia no estaba aún claro si en las antiguas ciudades prohibidas ya se podían aceptar visitantes sin un permiso militar, y Petropavlovsk-Kamchatski era uno de esos lugares debido a sus infraestructuras militares ultrasecretas. Fui el último en descender del avión, el único pasajero no ruso. Un sargento subió a interrogarme sobre mi propósito de viajar a Kamchatka en el mes de diciembre. Al final no me devolvió a Moscú, pero sólo me concedió tres días improrrogables para quedarme en esa península.
Los turistas viajan a Kamchatka en verano y contratan los servicios de un helicóptero para que les lleven al Valle de los Géiseres. Pero en invierno, a menos 20 grados bajo cero, a nadie se le ocurre viajar allí. Disponía de un mes para explorar esa Península más la isla de Sajalín y el archipiélago de las Kuriles. En tres días no pude aspirar a avistar muchos volcanes. Por la ventanilla del avión había admirado varios de ellos y justo frente al aeropuerto se alzaba majestuosamente el volcán Koryaksky, de alrededor de 3.500 metros de altura, así que con ello me sentí moderadamente satisfecho. De todos modos, de haber viajado en verano tampoco hubiera podido permitirme pagar una plaza en un helicóptero para viajar al Valle de los Géiseres.
Como en el centro de la ciudad los hoteles aún tenían reglas de la URSS y a los extranjeros les cobraban una tarifa mucho más alta que a los rusos, entré en una cantina del puerto y bebiendo vodka hice amistad con unos marineros, quienes me aconsejaron dirigirme a Paratunka, donde no piden el pasaporte para dormir en las casetas junto a los géiseres, que en invierno hacen las veces de dormitorios baratos.
Les hice caso y sería en esa población donde dormiría tres noches a precio de ruso. Por las mañanas bajaba a Petropavlovsk-Kamchatski a realizar visitas, y cuando empezaba a oscurecer me compraba en el bazar pan, salmón ahumado, una pata de cangrejo gigante y caviar rojo (todo baratísimo), y tomaba un autobús de vuelta a Paratunka, donde cenaba y dormía caliente junto a un géiser. Los navegantes Bering y Chirikov fundaron la ciudad de Petropavlovsk-Kamchatski, y Chirikov zarpó de ella para descubrir Alaska (para el mundo occidental, pues ya había allí nativos). Estaba interesado en la escala que había hecho en esa ciudad el conde y navegante francés La Pérouse, cuya suerte había seguido en el archipiélago de Santa Cruz, en las Salomón. Murió a manos de los salomoneses en la isla de Vanikoro. Un monumento recordaba su estancia en Kamchatka en 1787. Otro, muy cerca de él, estaba dedicado a los dos apóstoles que dan nombre a la ciudad: Pedro y Pablo.
Hoy, el estrecho entre la isla rusa de Sajalín y la japonesa de Hokkaido, lleva su nombre. Los rusos lo llaman Proliv Laperuza, mientras que los japoneses conocen ese estrecho por Soya. El cuarto día volé a Yuzhno-Sakhalinsk, en la isla de Sajalín (Sakhalin), donde a la semana obtuve mi permiso militar para navegar a las islas Kuriles (otra zona militar prohibida debido a las pretensiones japonesas). Visité tres de esas islas Kuriles, contemplando más volcanes y géiseres (y hasta zorros). Y al expirar el mes de visado ruso abandoné el país y me marché a viajar a otra parte.