MunDandy

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Región de Murcia

Joven y bella

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Acostumbrados a realizar correrías marítimas con fines comerciales, los fenicios se establecieron en diferentes puntos de la costa suroriental del Mediterráneo. Hacia finales del siglo IX a.C. empezaron a desplazarse hacia zonas más occidentales, dando lugar a la civilización que hoy día conocemos como púnica o cartaginesa, fuertemente emparentada con la anterior en términos lingüísticos, culturales y religiosos. De hecho, tanto unos como otros se referían a sí mismos como kena’ani, es decir, cananeos. Era solo cuestión de tiempo que estos últimos consiguieran llegar a la Península Ibérica, lo que lograron en el año 236 a.C. Resulta imposible establecer el punto exacto en el que desembarcaron por vez primera, pero el lugar que realmente los cautivó fue un resguardado puerto con la bocana muy protegida por los montes de San Julián y de Galeras.

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A tenor de su apodo, Asdrúbal el Bello debía ser un joven muy apuesto. Acompañó a su suegro Amílcar Barca a la tierra de los conejos, que es como los cartagineses llamaron a la Península Ibérica, apelativo del que procede el término Hispania. Ambos guerrearon denodadamente contra las tribus íberas, consiguiendo hacerse con el control del actual sureste español. Tras la muerte de Amílcar durante el asedio de Heliké, población cuya situación real se desconoce, su yerno fue elegido para sustituirle al mando del ejército púnico. En el año 227 a.C. Asdrúbal fundó Qart Hadašt, la ciudad nueva, hoy día Cartagena, en el lugar donde se encontraba la población íbera o tartessa conocida como Mastia. Y allí se mantuvo hasta que fue asesinado durante un oscuro episodio seis años más tarde.

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Joven y bella debía aparecer Qart Hadašt ante los ojos del visitante. En sus escasos dieciocho años de vida fue subiendo posiciones en el escalafón de los asentamientos púnicos, especialmente bajo el mando de Aníbal, hijo de Amílcar Barca, que había reemplazado a su cuñado tras su muerte. El gran dirigente cartaginés la convirtió en la capital de su reino en Hispania y desde ella partió a lomos de sus elefantes para guerrear contra el Imperio romano en la Segunda Guerra Púnica. No contaba, sin embargo, con la presencia de Escipión el Africano, más joven aún, aunque seguramente no tan bello como Asdrúbal, quien, durante su ausencia, atacó la ciudad y la conquistó en 209 a.C. Desde entonces, Qart Hadašt quedó bajo dominio romano y pasó a ser conocida como Carthago Nova.

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La nueva, valga la redundancia, Carthago Nova seguía siendo joven y cada vez más bella. Aunque, no nos engañemos, la intención subyacente de los romanos no era altruista, sino la de que sirviera como base para la explotación de las minas situadas en los alrededores, ya conocidas desde la fundación de la ciudad. Probablemente debido a ello, su población fue creciendo y, todavía en época republicana, se construyó allí un anfiteatro de considerables dimensiones. El mismísimo Augusto le proporcionó el impulso definitivo, mediante una ambiciosa remodelación que incluyó la edificación de un grandioso teatro y un amplio foro localizado en las inmediaciones del puerto. Esta época de esplendor duró aproximadamente dos siglos, hasta que el agotamiento de las minas circundantes la llevó a un lento, pero imparable, declive.

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Sin embargo, no todo estaba perdido. En tiempos de Diocleciano, hacia finales del siglo III, la actividad económica local se reorientó hacia la producción de garum, famosa salsa de pescado que hacía furor en la época. Más adelante fue saqueada por los vándalos, pero logró recuperarse y convertirse en capital de la provincia bizantina de Spania. Empezó entonces a ser sede episcopal, hecho que se mantendría durante el dominio visigodo. Tras la invasión musulmana, quedó integrada en la cora de Tudmir y su destino fue paralelo al de poblaciones vecinas. A finales del siglo XVIII, la ya entonces denominada Cartagena llegó a convertirse en provincia durante un periodo de seis años. En la actualidad, y tras renunciar a la juventud perdida, esta encantadora población intenta conservar su belleza mediante la recuperación de sus numerosos yacimientos arqueológicos. Como el Ave Fénix, Cartagena está en el proceso de resurgir de sus cenizas y su futuro es, de nuevo, prometedor.

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