Sin duda alguna, Jerusalén es la ciudad más querida, más elogiada, más disputada y, seguramente, más venerada del mundo. Ninguna de las religiones, básicamente el cristianismo, el judaísmo y el Islam, renunciará jamás a ella y la convivencia se hace cada día más necesaria. Más en un lugar tan sagrado como éste. Poblada al menos desde el tercer milenio antes de nuestra era, pocos lugares hay con una Historia tan vasta. Dan fe de ello los monumentos que se acumulan en la ciudad vieja, entre los que sobresalen algunos tan reconocibles como la iglesia del Santo Sepulcro, el muro de las Lamentaciones, la Mezquita al-Aqsa y la inolvidable Cúpula de la Roca. Estas dos últimas se encuentran en la denominada Explanada de las Mezquitas, tercer lugar más santo para los creyentes islámicos y donde pueden verse buenas muestras de caligrafía árabe. Haciendo caso omiso de la resolución de Naciones Unidas que mantenía a la población bajo control internacional, Israel se apoderó de la denominada Jerusalén Oeste mientras que Jordania hizo lo propio con Jerusalén Este en 1947. La guerra subsiguiente fue inevitable e Israel acabó haciéndose con el poder de la parte oriental de la población en 1967. Más de medio siglo después, la situación en Jerusalén se mantiene inestable y sus más de novecientos mil habitantes, dos tercios de los cuales son judíos y el resto árabes, no pueden disfrutar aún de la paz que merecen.