Itsukushima (por Jorge Sánchez)
En Hiroshima tomé un simpático tranvía al puerto de Miyajimaguchi, donde abordé un ferry que cruzó el mar interior de Seto hasta la isla de Itsukushima. La vista del gran Torii, erigido sobre el agua, me emocionó durante la travesía. Era majestuoso, de belleza serena; al contemplarlo uno sentía estar frente a una obra de arte del hombre, un lugar sagrado y especial del planeta.
Al desembarcar me paseé por el pueblo y advertí una placa de piedra con el logo del cuadrado dentro de un círculo, más el símbolo de un templo con el acrónimo de UNESCO, recordando a los visitantes que Itsukushima era un Patrimonio de la Humanidad.
Observé que pululaba una gran cantidad de inofensivos ciervos que descansaban tumbados sobre los jardines. Ascendí a la pagoda de los cinco pisos (llamada Gojunoto) para obtener una buena vista sobre el entorno, y después entré aún en otros santuarios sintoístas. Cuando me entró hambre me comí media docena de ostras junto al embarcadero. Tras ello busqué un lugar apacible para pasar la noche enfrente del gran Torii; quería quedarme dormido con mi mirada dirigida hacia él, pues la perfección de sus graciosas formas parecía mesmerizarme. Al final desplegué mi saco y me instalé sobre las arenas frente a él, a unos pocos metros, intuyendo que me transmitiría lo que los sufíes conocen por baraka, o bendición. Al rato me quedé dormido.
Serían las 2 de la noche cuando me desperté, pues la marea había subido y el agua había penetrado en mi saco de dormir, mojándome hasta las rodillas. Rápidamente me mudé a un banco de madera de un jardín junto a un templo sintoísta y traté de proseguir mi sueño. Pero fue en vano, pues los ciervos me lamían la cara, y aunque los echaba, ellos regresaban y se quedaban frente a mí, mirándome. Ya no dormiría. El resto de la noche lo pasé ensimismado con la mirada proyectada hacia el gran Torii, hasta que amaneció, cuando desayuné seis ostras (ya que había hecho amistad con el cocinero la noche anterior), retorné en ferry a Miyajimaguchi y continué mi viaje, completamente exaltado.