MunDandy

MunDandy

Rusia

Istmo de Curlandia (por Jorge Sánchez)

IstmoCurlandiaJorge_01

Mi visita a este patrimonio mundial comenzó en la ciudad rusa de Zelenogradsk, que hasta el año 1945 perteneció a Alemania (quienes la conocían como Cranz).

A la salida de la estación del tren de Zelenogradsk me ofrecieron una excursión de 3 horas en autobús por el istmo de Curlandia, pero preferí conocerlo a mi aire, de modo individual, pues además de ser más barato tendría libertad de movimiento y no ser conducido por un guía a toque de pito. Además, disponía de todo el día, desde las 8 de la mañana hasta las 6 de la tarde, cuando regresaría en tren desde Zelenogradsk a la ciudad de Kaliningrado (la antigua Königsberg en tiempos de los alemanes), donde tenía mi alojamiento esa noche.

IstmoCurlandiaJorge_02

El istmo de Curlandia tiene una longitud de 98 kilómetros y es compartido entre Rusia y Lituania a partes (más o menos) iguales. Se trata de una franja de tierra y arena de un ancho entre 400 metros –en su punto más estrecho- a 3,8 kilómetros -en su punto más ancho-. Por un lado se ve la laguna de Curlandia y por el otro el mar Báltico. A lo largo del istmo se esparcen diversos poblados, siendo los más importantes Lesnoi, Ribachii y Morskoe, este último lindando con Lituania. En ese istmo hay bosques, dunas, playas y está habitado por diversos animales salvajes y aves. Todo el istmo forma parte de un parque nacional conocido (en ruso) como Kúrshskaya Kosá.

Me preguntaba de dónde procede la palabra Curlandia, y en la oficina de turismo de Zelenogradsk me informarían a mi regreso que es el nombre de una región histórica que hoy pertenece a Letonia.

Curiosamente, a mediados del siglo XVII, los nativos del entonces Ducado de Curlandia colonizaron la isla de Tobago (en el país de Trinidad y Tobago) durante unos años y establecieron un asentamiento que todavía hoy –ya en ruinas- se llama Nueva Curlandia.

IstmoCurlandiaJorge_03

Enseguida me enteré de que, por unos pocos rublos, podía llegar en un autobús local hasta Morskoe, el destino final de la línea, junto a la frontera lituana. Y como la frecuencia del autobús era de cada hora, proyecté conocer bien las tres poblaciones principales durante ese intervalo; es decir, pasaría una hora en Morskoe visitando los bosques, dunas y playas, tras lo cual abordaría el siguiente autobús a Ribachii (donde me quedé otra hora explorando el sitio) y, finalmente, me detendría en Lesnoi antes de regresar (esta vez parte a pie y parte en autostop) a Zelenogradsk.

Todos los poblados que atravesé vivían básicamente del turismo, sobre todo de visitantes alemanes que habían nacido en Rusia y poseían doble nacionalidad, pues era mucho más barato veranear en las playas de la región rusa de Kaliningrado que en Alemania. Además de alojamientos y restaurantes para los turistas, vi escuelas donde se impartían clases de yoga, retiros de meditación Zen, gimnasios, atracciones para los niños, centros de buceos o de pesca, y otras actividades marinas.

En el viaje de autobús hacia Morskoe no disfruté mucho la visión panorámica del istmo, pues me tocó sentarme detrás de una mujer rusa con un enorme moño y me tapaba la visión frontal. Pero en los demás trayectos el autobús iba casi vacío y pude colocarme junto al conductor.

IstmoCurlandiaJorge_04

Hicimos la primera parada en la entrada al parque nacional, donde, al ser turista y no residente, debía adquirir el billete de visita del lugar (300 rublos), pero justo ese día era el 1 de octubre (del año 2022) y se acababa la estación turística, por lo que la visita era gratuita, de lo cual me alegré.

Cuando llegué a Morskoe, a pocos metros de la frontera con Lituania, vi encima de la parada de autobús una frase escrita en ruso donde se afirmaba que ese era el extremo occidental del territorio de Rusia. Como en el pasado había estado en el extremo oriental del territorio de Rusia, en el estrecho de La Pérouse (proliv Laperuza en ruso), entre las islas de Sajalín (en Rusia) y Hokkaido (en Japón), experimenté una gran satisfacción en Morskoe. Tan contento me puse que le pedí a un indígena que pasaba por allí que me tomara una fotografía.

En los tres poblados donde me detuve me dio tiempo a atravesar el istmo de costa a costa y también de visitar las iglesias ortodoxas y monumentos dedicados a los rusos que habían caído en la región de Kaliningrado durante la Segunda Guerra Mundial.

Había bosques en los que se tenía que pagar una entrada, según indicaba un letrero, pero no vi a ningún portero que los controlara por no haber ya turistas en el mes de octubre, por lo que penetré en ellos impunemente, de manera granuja, sin que me remordiera la conciencia.

No fue ese patrimonio mundial de UNESCO comparable al monasterio de El Escorial (en España), al Taj Mahal (en India), o a la Gran Muralla (en China), pero me alegré de haberlo conocido; por ello, al regreso a mi hotel de Kaliningrado, lo celebré compartiendo una botella de vodka con mis compañeros de habitación.

LEAVE A RESPONSE

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

¿Quieres estar al tanto de nuestras actualizaciones? Suscríbete
Loading