Iguaçu (por Jorge Sánchez)
Había sido deportado de Paraguay y conducido a la frontera con Brasil por un policía. Era el año 1986. Tras mis tribulaciones en Asunción no tenía sueño así que desde Foz do Iguaçu caminé toda la noche hacia las cataratas del Iguazú, a unos 30 kilómetros de la ciudad brasileña de Foz do Iguazú, adonde llegué poco antes del amanecer. El estruendo de las caídas de agua se oía a varios kilómetros de distancia. Había luna llena y celebraba mis nueve meses de viaje por Sudamérica; estaba radiantemente feliz. Aproximadamente un tercio de las cascadas se encuentran en el lado brasileño, y las otras dos terceras partes se extienden por territorio argentino.
Había visitado en el pasado las cataratas del Niágara desde el lado canadiense, y recordaba que eran preciosas, con unas cornisas de agua muy impresionantes y unos pocos saltos. Pero en Iguazú la Naturaleza se mostraba exageradamente generosa con sus más de doscientos setenta saltos, arco iris y grandes estruendos de las aguas. Era un despilfarro de belleza, una infinita explosión de agua, luz y sonido. Apreciaba más el lugar por cuanto recordaba que el primer europeo que admiró tal maravilla fue el explorador de Jerez de la Frontera, Álvar Núñez Cabeza de Vaca, uno de los viajeros más fantásticos que hayan existido jamás en la historia de la Humanidad, y ni poniendo juntos a Livingstone y Speke, a quienes tanto fausto les agracia el marketing inglés, les hacen sombra. La vida de Cabeza de Vaca se le aparece a cualquier contemporáneo como la de un ser de otro mundo; como un superhombre de los que la Humanidad hace ya mucho tiempo que dejó de producir.
Me quedé en esas cataratas dos días disfrutando de mi libertad, y al tercero me dirigí a la terminal de autobuses, llamada rodoviaria, para viajar a Brasilia, pues el autostop no funcionaba muy bien por esa parte de Brasil. Al no haber ningún autobús directo, gasté todos mis cruzados en un boleto para el norte, a Cuiabá, sin saber siquiera dónde quedaba. Luego, ya dentro del autobús, averigüé que era la capital del estado de Mato Grosso, donde se halla otro Patrimonio Mundial que me apresté a visitar: Zona de conservación del Pantanal.