Iglesias y monasterios de Tur ‘Abdin (por Jorge Sánchez)
Este candidato a patrimonio mundial consta de 8 monasterios ubicados en el sureste de Turquía, cerca de la frontera con Siria. De todos ellos conocí exteriormente cuatro, pero entrar solo lo hice en uno de ellos, el Monasterio de Mor Hananyo, vecino a la ciudad de Mardin, situada en las faldas de una montaña rocosa; tenía el aspecto de una ciudad bíblica, tipo Matera en Basilicata (Italia). Los edificios y disposición de las casas recordaban los estilos árabe y armenio, raza esta última que fue aniquilada en esa ciudad durante el Genocidio Armenio de 1915 por parte de los turcos (ayudados por los kurdos para quedarse con las casas armenias en Mardin). Había gente que iba en burro por la calles estrechas, en los minaretes se llamaba a rezar a Alá cinco veces al día y las mujeres llevaban la cabeza cubierta.
Pero antes de instalarme en un hotelito dentro de una cueva en un antiguo castillo, hice amistad con varios pasajeros del autobús (llegábamos de Diyarbakir), una pareja de españoles, más dos jóvenes kurdos que vivían en Londres, y los convencí para viajar juntos en un minibús al monasterio sirio Mor Hananyo (también conocido por Deyrul Zafaran por el color azafrán de sus muros), a apenas 3 kilómetros de distancia. Pagamos una pequeña entrada y penetramos en el monasterio amurallado. Nos fue asignado un monje sirio que era políglota. Por deferencia, los dos viajeros kurdos accedieron a que el tour no fuera dirigido en kurdo, lengua que hablaba también el monje, sino en inglés, para así entenderlo todos sin necesidad de traducir. El monje sirio nos mostró tumbas de santos y de una cincuentena de patriarcas de la Iglesia siria ortodoxa, carros, tronos, frescos e iconos, además del símbolo de un laberinto en el suelo y un templo subterráneo.
Ese monasterio estaba dedicado a san Ananías y constituyó la sede del Patriarcado de la Iglesia ortodoxa siria desde finales del siglo XIII hasta bien entrado el siglo XX.
El mejor momento fue cuando dentro de la iglesia requerí al monje que nos recitara el Padrenuestro en arameo, la lengua materna de Jesucristo y que esos monjes del monasterio hablaban. Fue entrañable y me emocioné, aunque mis cuatro compañeros mostraron absoluta indiferencia y si se quedaron conmigo a la oración fue más bien por compañerismo que por deseo de escuchar el Padrenuestro. Tras ello nos fue relatada la dramática historia de Tur ‘Abdin, el territorio donde se halla ese monasterio de Mor Hananyo.
Los turcos y sus aliados, los kurdos, durante y tras la Primera Guerra Mundial, cometieron un genocidio sobre los asirios caldeos (sobre 300.000 fueron exterminados), y sus tierras fueron robadas. Además, los asirios tuvieron la desgracia de que los franceses e ingleses concedieran Tur ‘Abdin a la Turquía actual al concluir la Primera Guerra Mundial, tras el colapso del Imperio otomano. Y por si esto fuera poco, el líder Saddam Hussein cometería contra las etnias no árabes del norte de Irak un pogromo en las etapas finales de la guerra entre Irak e Irán (1980-1988), donde murieron muchos miles de asirios, yazidíes y judíos (además de kurdos).
De las aproximadamente 2500 iglesias y monasterios asirios que existían en Tur ‘Abdin en los primeros tiempos del cristianismo, hoy quedan apenas dos docenas, siendo Mor Hananyo uno de ellos.
La Iglesia siria ortodoxa se apartó de la católica y ortodoxa a partir de los postulados que se adoptaron en el concilio de Calcedonia.
Esos concilios de los primeros tiempos originaron cismas entre iglesias. En el primero, celebrado en Nicea el año 325, el arrianismo, que negaba la divinidad de Jesucristo, fue condenado. En el segundo, en Constantinopla, se definió la divinidad del Espíritu Santo. En el tercero, en Éfeso, a principios del siglo V, se condenó al monje sirio y Patriarca de Constantinopla Nestorio y su doctrina, el nestorianismo, que proclamaba que Cristo existió como dos personas distintas: la humana y la divina. A Nestorio se le despojaría de su patriarcado y acabaría sus días en un oasis al sur de Egipto. Sus seguidores predicaron por todo el este de Asia, y hoy existen iglesias nestorianas en Irak, Irán, India, China y en Estados Unidos de América.
Fue en el cuarto concilio, el de Calcedonia de mediados del siglo V, en el que se condenaría la teoría monofisita de la naturaleza de Jesús. Los representantes de las hoy Iglesias católica y ortodoxa sostuvieron que en Jesucristo coexistían dos naturalezas, la humana y la divina. Y los monofisitas insistieron en que la naturaleza humana se perdía para ser absorbida por la divina.
No hubo entendimiento y la Iglesia siria ortodoxa, que era monofisita, se separó. Y junto a ella también lo hicieron la copta de Egipto y las de Etiopía, Eritrea y Armenia.
Hay historiadores que afirman que esas disputas de los primeros concilios, donde se prestaba más importancia a detalles secundarios que a la esencia del mensaje de Jesús, provocó el advenimiento del islam. Mahoma consideró a Jesucristo el penúltimo profeta y las imágenes fueron prohibidas.
Al acabar la visita, los cinco viajeros regresamos a Mardin. Esa noche tardé en conciliar el sueño, arrebatado por todo cuanto había aprendido y sentido en el monasterio de Mor Hananyo.