Iglesia de San Francisco en Santiago (por Jorge Sánchez)
Mis amigos chilenos me habían recomendado visitar en la avenida de la Alameda de Santiago esta iglesia, la primera en Chile, que también fue un antiguo convento. Fue fácil hallarla, pues al lado se localizaba un moai de piedra de la Isla de Pascua y poseía una torre campanario con un reloj que se veía de lejos.
Fui a ella una mañana, las 8, y asistí a la misa, tras ello comulgué y compré un cirio. Todo el interior producía una atmósfera de quietud, de recogimiento. Incluso el techo artesonado era de una belleza sin par.
Al salir de la misa observé que en un anexo de la iglesia había un Museo Colonial, en el interior del viejo convento. Escudriñé por entre unas rejas y me pareció magnífico; por su patio se paseaban pavos reales desplegando sus preciosas plumas para atraer y seducir a las pavas, que al principio se hacían las indiferentes. El precio de entrada era de risa, no llegaba ni a los 10 céntimos de euro. Y, además, me regalaron un folleto en colores. Una placa de mármol recordaba que el conquistador extremeño Pedro de Valdivia había fundado esa iglesia, y frases de alabanza hacia ella del Premio Nobel de Literatura, Gabriela Mistral.
Pasé más tiempo en ese magnífico museo que en la misa. En las salas había tallas de madera representando santos, muy bien labradas. El santo principal era San Pedro de Alcántara, que se veía por doquier, en los murales también. También entré en una sala donde 54 pinturas detallaban la vida de San Francisco de Asís. Esa visita, he de confesar, fue la que me causó más satisfacción de mi estancia de una semana en Santiago de Chile.