Himalaya (por Jorge Sánchez)
Era un frío mes de primavera del año 1989. Acababa de realizar el largo trekking del Reino de Zanskar a pie desde Kargil (en Ladakh) a Manali (en Himachal Pradesh), durmiendo en monasterios budistas tibetanos y, a veces, bajo las estrellas. Al atravesar el paso de Shingo La caminé hasta Chikka y ese fue el final del trekking. Continué ya en buses y ese mismo día, vía Darcha y Keylong alcancé la bella Manali, entre bosques de abetos, donde descansé dos días y dos noches. Sin yo saberlo entonces ya me encontraba en el corazón del Área de Conservación del Gran Parque Nacional del Himalaya, con su naturaleza exuberante y picos nevados de montañas de 6.000 metros de altitud.
Manali era un centro turístico muy famoso entre los indios. Además de alojamiento y todo tipo de restaurantes, se ofrecían trekkings y paseos a caballo por los alrededores del parque nacional. También los vi realizando peregrinajes a templos hindúes vecinos. Yo me alojé en un albergue de mochileros occidentales, a quienes me uní para realizar excursiones a pie por el interior del parque.
De Manali proseguí a Naggar, la vieja capital del valle de Kullu, y en lo alto de un cerro observé un castillo que parecía medieval, por lo que me ascendí a él. Perteneció al rey del antiguo Reino de Kullu y estaba habilitado como hotel, parecido a un parador en España. Además, disponían de un dormitorio en las antiguas mazmorras a precio abordable, por lo que pasé allí la noche. Había elegido dormir allí porque a pocos metros de distancia se hallaba un museo dedicado a uno de mis artistas y viajeros rusos favoritos: Nikolai Roerich, que había donado varios de sus cuadros del Himalaya. Cuando murió sus cenizas fueron esparcidas por el Himalaya, donde afirmaba haber encontrado Shangri La.
Tras Kullu me marché en autobús a McLeod Ganj, cerca de Dharamsala, para solicitar una entrevista al XVI Dalai Lama.