Guimarães (por Jorge Sánchez)
Con base en la bella Oporto invertí un día entero en visitar Guimarães, y la vecina ciudad de Braga. He de confesar que me sedujo más Braga que Guimarães, a pesar de que es esta última ciudad el Patrimonio de la Humanidad de UNESCO. Compré un billete de tren en la estación de Oporto, llamada São Bento, nombre religioso pues anteriormente se hallaba allí un monasterio benedictino. Mientras esperaba la salida contemplé los bellos azulejos de la estación, unos 20.000 me dijeron, representando diferentes momentos históricos del país. La vendedora de los billetes me aconsejó comprar primero la ida en tren a Braga, desplazarme en autobús desde Braga a Guimarães, y regresar a Oporto por tren desde esta ciudad. Le hice caso, pues ella, siendo portuguesa, sabía más que yo sobre esas ciudades.
El tren Oporto – Braga me tomó una hora de tiempo. La visita fue de 2 horas. El autobús de Braga a Guimarães empleó otra hora de tiempo, mientras que la visita a Guimarães fue de 4 horas. Y el trayecto en tren desde Guimarães a Oporto también empleó una hora. Pero me precipité en las visitas de Braga esperando que el «plato fuerte» de ese día era Guimarães, por estar en la lista de UNESCO, mientras que Braga no lo está. Por ello, apenas pasé allí dos horas, incluyendo la visita a su fantástica catedral, al Palacio Raio y al santuario vecino de Bom Jesus de Braga. Hoy aconsejaría invertir las mismas horas en Braga (combinado con Bom Jesus de Braga) que en Guimarães.
La zona histórica de UNESCO en Guimarães estaba al lado de la estación de autobuses. Sobre un muro leí la frase: «Aquí nasceu Portugal» y muy cerca encontré la estatua del rey Afonso Henriques y el castillo, que se llamaba Castelo. Empecé por el castillo, que estaba vacío, completamente. Yo lo esperaba lleno de muebles y armaduras, pero no, además, al parecer ese día no lo limpiaron y deduje que allí entraban impunemente los perros para desembarazarse de sus residuos fisiológicos. Lamenté ese estado de abandono en el que se encuentra (o se encontraba cuando lo visité) pues ese castillo está considerado una de las siete maravillas de Portugal. Lo mandó construir en el siglo X una condesa (Muniadona Díaz) para defender un monasterio vecino de los ataques de los normandos y de los moros.
En la Plaza de Oliveira me comí una francesinha en la terraza de un restaurante. Después entré en varias iglesias y también en el Palacio de los Duques de Braganza, lo que más valió la pena (visita de pago) de Guimarães, además del sabrosísimo bocadillo de la francesinha.