Cuando viajo siento predilección por los monasterios; suelen ser lo primero que visito cuando llego a una ciudad nueva. Por ello, habiendo dejado el Algarve portugués y entrado en Andalucía, resolví regresar a mi pueblo Hospitalet de Llobregat, pero no directamente, sino haciendo escalas en los monasterios donde no había estado que me quedaran más o menos de camino (viajaba en autobuses y trenes), y que fueran interesantes, bellos y de gran importancia en la historia de España. Escogí los siguientes siete: La Rábida (Huelva), Guadalupe (Cáceres), Yuste (Cáceres), El Paular (Madrid), la Cartuja de Miraflores (Burgos), Rueda (Zaragoza) y Santas Cruces (Tarragona).

Al llegar al monasterio de Nuestra Señora de Guadalupe pagué mi entrada y me acoplaron a un pequeño grupo de personas jubiladas de Guadalajara. Nos asignaron una señora que nos guiaría durante más o menos una hora. Primero nos explicó la historia e importancia del monasterio con su relación con los Reyes Católicos y el descubrimiento de América por Cristóbal Colón. Al principio, la visita a los vestuarios de los obispos no me causó gran impresión, pero a medida que la guía nos mostraba nuevos lugares sí que comencé a maravillarme por los tantos tesoros que allí se albergaban, como los cuadros del extremeño Zurbarán, además de los de otros renombrados pintores, como Goya, o El Greco. También visitamos rápido algún museo que otro de camino, siendo el de los libros miniados el que más nos impresionó.

Casi al final de la excursión me sorprendió escuchar en el camarín por un monje franciscano que un pastor habían descubierto la estatua negra de la Virgen de Guadalupe, pues encontré paralelismo con el hallazgo por unos pastores de la estatua, también negra, de la Virgen de Montserrat en la provincia de Barcelona. Cuando alcanzamos el claustro mudéjar todos los jubilados manchegos de mi grupo y yo nos quedamos embelesados por su arquitectura; aquello era bello.

Salimos todos de allí muy satisfechos. Los manchegos tenían la comida pagada en el restaurante del monasterio, mientras que yo me compré un par de bocadillos de mortadela en un supermercado y proseguí el viaje en autobuses hasta llegar casi oscureciendo a Cuacos de Yuste, donde al día siguiente visitaría su famoso monasterio en el que murió nuestro Carlos I.