Guadalajara (por Jorge Sánchez)
Curiosamente, conozco la ciudad de Guadalajara en México, pero no la española. Llegué oscuro a Guadalajara y me quedé a dormir en un hotelito céntrico. Al despertarme, la primera visita que efectué fue a la catedral, para comprar un cirio, y luego caminé al «plato fuerte» de la ciudad, al Hospicio Cabañas. La entrada era gratuita. Su interior era enorme. Había incluso frescos de Orozco y una antigua iglesia. El edificio, en estilo neoclásico mexicano, fue encomendado al arquitecto valenciano Manuel Tolsá, uno de los mejores en el mundo en su tiempo, quien inició su construcción el año 1805. Hoy su portentosa obra se considera a la par con el Monasterio de El Escorial, cerca de Madrid, y con el Palacio Nacional de los Inválidos, en París.
Carlos IV ordenó que en ese hospicio se aceptaran ancianos, enfermos, lisiados, viajeros pobres en tránsito, peregrinos, huérfanos, además de ofrecer educación para los menores. Guadalajara es una ciudad muy agradecida hacia España; en diversos lugares vi anuncios, monumentos y placas agradeciendo al rey de España, Carlos V, la fundación de la ciudad en 1542. Un letrero gigante en la calle principal estaba escrito con letras enormes, y una larga frase de agradecimiento, comenzaba así:
– «DON CARLOS V POR LA GRACIA DE DIOS
REY DE CASTILLA, DE LEÓN, DE ARAGÓN…»
De hecho, por todas las ciudades de México se agradece a los españoles y sus fundadores todo lo que aportaron para su desarrollo.
Aún visité otros lugares significativos de Guadalajara, sin perderme ninguna iglesia o palacio notables, me paseé por el centro y entré en el mercado para prepararme un bocadillo de mortadela para el almuerzo. Descubrí una estatua dedicada a Beatriz Hernández, que fue la esposa de un español componente de una de los 63 supervivientes que fundaron la ciudad de Guadalajara en 1542 (13 andaluces, 16 castellanos, 6 extremeños, 9 cántabros, 8 portugueses y 11 vascos). Gracias a ella se eligió el lugar, en el Valle de Atemajac, donde hoy se encuentra Guadalajara, y eludieron la muerte a manos de los indios, que los atacaban sin piedad.
Me quedé un buen rato en la calle donde los mariachis hacen prácticas para trabajar por la noche ofreciendo sus serenatas. Me complacieron cuando les pedí que me cantaran la conocida copla cuya letra dice: «Guadalajara en un llano, México en una laguna». Y hacia media tarde proseguí mi viaje por México.