Goa (por Jorge Sánchez)
En la impresionante estación ferroviaria Chhatrapati Shivaji (de estilo indo-sarraceno) de la ciudad de Bombay (hoy llamada Mumbai) abordé un tren con destino Panaji, la capital de Goa. Me dirigí allí por la fama que tenía esa antigua provincia portuguesa entre los jipis de los años 60 (del siglo XX); el verano lo pasaban en Nepal y el invierno, cuando tenían frío, bajaban a Goa para descansar en sus playas. Al llegar a Panaji y antes de buscar alojamiento decidí visitar el cuerpo incorrupto de san Francisco Javier, el Apóstol de las Indias, pues le iba siguiendo la pista por todos los lugares donde había estado, desde el castillo de Javier (donde nació) a la isla de Shangchuan (donde murió), pasando por París, Roma, isla de Mozambique, Malaca, etc.; sólo me faltaba por visitar Kagoshima, en Japón, cosa que pretendo hacer en un futuro.
Con ayuda de un minibús y caminando alcancé la Basílica do Bom Jesus, donde se halla el cuerpo incorrupto de san Francisco Javier en el interior de un bello sarcófago de plata y mármol. Me quedé visitando esa basílica más de media hora, de lo sobrecogido que estaba. Unos peregrinos indios me contaron que uno de los brazos del santo fue robado por unos devotos fanáticos, pues le atribuían propiedades curativas. Al salir visité varias iglesias fundadas por los portugueses pues todas estaban a tiro de piedra, y mostraban estilos manuelinos y barrocos. Tras ello regresé a Panaji para buscar un hotel, pero a bordo del autobús los pasajeros me sugirieron alojarme mejor en la playa de Dona Paula. Les hice caso y alquilé allí por dos noches una habitación junto a la playa. Me sentí bien junto al mar; además Paula es el nombre de mi hija mayor y estando allí alojado la sentía cerca.
Durante mi estancia en Dona Paula realicé una excursión a la población de Vasco da Gama, a sus iglesias y a las playas vecinas. Noté que en Goa las mujeres ya no vestían tantos saris como en el resto de la India, y muchos de sus habitantes mostraban rostros que denotaban mezcla de sangre portuguesa y tenían apellidos como Oliveira, Silva, Pereira…, aunque no di con nadie que hablara el idioma portugués, por más que pregunté, pues tenía ganas de practicar mis conocimientos de gallego. Tras ese descanso en Goa abordé un tren hacia mi siguiente destino, también patrimonio mundial por su multitud de palacios y templos dravidianos: Hampi, en el vecino estado de Karnataka.