¿Gnathostoma? No te lo tomes a broma
‘Esas ronchas no tienen buena pinta’, afirmó el doctor Puente mirando fijamente a mis manos. ‘Habrá que hacerte análisis y aquí no disponemos de medios adecuados para lo que pensamos que puede ser’. Dicho y hecho, tras la correspondiente extracción de sangre, ésta tuvo que recorrer muchas millas hasta proceder a ser analizada en Tailandia. Después de algunas semanas de incertidumbre, la respuesta fue la esperada por los expertos en enfermedades tropicales del Hospital Carlos III de Madrid. Los síntomas eran compatibles con un proceso de gnathostomiasis.
Como suelo hacer frecuentemente, lo primero que se me ocurrió tras el diagnóstico fue comenzar a buscar información. El denominado gnathostoma es un gusano cuyas larvas se ingieren al comer pescado o carne de pollo poco cocinado en algunas partes del mundo, especialmente en el Océano Índico y el golfo de México. El parásito se va desarrollando en tu estómago y, cuando es adulto, rompe la pared de éste y se mueve a voluntad por tu cuerpo, hasta que se instala en alguna zona. Las ronchas aparecen más o menos en los lugares por los que circula. Y, lo peor de todo, el sitio donde finalmente se instala es fundamental. Cómo lo haga en alguna zona vital como el cerebro o la médula espinal, malo. Puedes quedar parapléjico, ciego o irte directamente al otro barrio.
Las noticias no eran demasiado alentadoras, pero tampoco podía hacer demasiado. Al parecer, los casos en España eran muy escasos en aquella época, aunque iban aumentando a medida que se desarrollaba el turismo a zonas de riesgo. Por tanto, el conocimiento de la enfermedad tampoco era muy elevado entre nuestros especialistas en enfermedades tropicales. La primera medida consistió en interrogarme sobre los lugares de riesgo a los que había viajado últimamente. La lista inicial era demasiado larga, pero fue disminuyendo poco a poco hasta quedar reducida precisamente a Tailandia, curiosamente el sitio donde habían realizado el diagnóstico inicial.
Tras darle bastantes vueltas, el lugar más probable donde adquirí el parásito fue una ciudad del norte del país y su transmisor posiblemente un pescado que todavía recuerdo por su exquisitez. Mientras daba buena cuenta de él no podía pensar que más adelante me causaría algunas molestias provocadas por el habitante que llevaba en su interior. Aunque, por suerte, tampoco fueron demasiados en mi caso. Puesto que los síntomas se reproducían sobre todo en manos y muñecas, era probable que mi invasor no hubiera decidido dirigirse hacia zonas más sensibles, donde fuera susceptible de causar mayores problemas.
El tratamiento recomendado para la eliminación de tan indeseado inquilino se redujo a la ingesta de unas pastillas. Puesto que meses antes otro caso había reaccionado bien a él, decidieron no internarme. Tras continuar en estudio durante un tiempo más y comprobar que las ronchas no reaparecían, enviaron de nuevo muestras de mi sangre a Tailandia para un análisis adicional. Algún tiempo de espera más y los resultados confirmaron que ya no había rastro de gnathostoma. Han pasado los años, pero a veces me acuerdo de él y me pregunto si no sigue todavía conmigo.