De origen probablemente griego, la localidad de Niza fue fundada hace unos dos mil trescientos años tras la victoria de unos navegantes focenses sobre los ligures que habitaban la zona. Al menos eso es lo que asegura la leyenda, que deriva su topónimo de Niké, diosa helena de la victoria. Cuenta pues la comúnmente considerada capital de la Costa Azul con una larga historia, en la que se entremezclan pueblos como el propio griego, el romano, el ligur, el ostrogodo y, en los últimos tiempos, el galo. Porque esta típica ciudad mediterránea no pasó a formar parte del estado francés hasta hace apenas siglo y medio, y aun en la actualidad mantiene diversas connotaciones geográficas, gastronómicas e incluso lingüísticas que la aproximan a sus vecinos italianos.

Bien conocida por el glamour que se respira en sus calles y que se pone de manifiesto en el famoso Promenade des Anglais, Niza muestra al visitante numerosas edificaciones de interés. Entre ellas destacan diversas mansiones construidas por familias adineradas, que eligieron la población como lugar de residencia o destino vacacional a finales del siglo XIX o comienzos del siglo XX. No podían faltar fastuosos hoteles, entre los que brilla con luz propia el neoclásico Hotel Negresco, templo gastronómico y lugar de encuentro de gourmets durante la Belle Époque. Completan el patrimonio artístico de la ciudad varios museos de interés, algún que otro castillo y atractivas iglesias, entre las que hay que mencionar la neogótica Basílica Notre-Dame, cuyo diseño se inspiró en la catedral de Angers.

A menos de una hora de la ciudad nizarda se encuentra Cannes, otra población frecuentemente asociada al glamour debido a la colección de estrellas que en ella se congregan cuando tiene lugar su festival de cine. Evento que ya anda por los setenta años de vida, que lo convierten en el abuelo de los festivales cinematográficos. El edificio donde se celebra, al que se accede mediante esas alfombras rojas que tantos delicados pies han pisado, está situado en el Promenade de la Croisette, que no tiene nada que envidiar a su famoso vecino. Como no lo hacen los prohibitivos hoteles en él situados, entre ellos el renombrado Hotel Carlton, construido tan solo un año antes que el Negresco y donde Hitchcock situó gran parte de la trama de su obra Atrapa a un ladrón.

El resto de Cannes me resulta bastante menos interesante que la cercana Niza. Sus playas me parecen muy alejadas de la fama que atesoran, a pesar del agradable clima que suele ofrecer la ciudad al viajero. Cierto atractivo tienen algunas villas, edificaciones construidas a mediados del siglo XIX por prestigiosas familias locales. No muy alejadas de la costa se sitúa un grupo de islas, llamadas Lérins, donde quedan ruinas de una antigua abadía y lo que fue una fortaleza, actualmente un museo. Existe también un castillo, situado en una colina que domina la población y que en la actualidad alberga diversas colecciones museísticas relacionadas con el arte y la música.

Nunca he sido demasiado mitómano, así que las diversas ocasiones que he visitado estas localidades he terminado dejando a un lado el glamour y concentrándome en asuntos más mundanos, como la gastronomía por ejemplo. Especialmente en Niza, cuya cuisine no tiene nada que envidiar a la de las ciudades galas que destacan en ese aspecto. Además de especialidades tan conocidas como la salade niçoise o el ratatouille, la cocina nizarda aprovecha la cercanía del Mediterráneo para brindar excelentes platos en los que el aceite de oliva ocupa un lugar preponderante. Al igual que el marisco y el pescado, que, como afirma un proverbio local, nace en el mar y muere en el aceite.