Fuente de misericordia
Verano no es probablemente la mejor estación para visitar Chipre, al menos para los viajeros inquietos, que pretendan impregnarse un poco de lo mucho que ofrece el país y no pasar todo el tiempo tumbados sobre la arena de alguna de sus playas. Que, por otra parte, no destacan ni por su cantidad, pues la línea costera resulta rocosa en general, ni por su calidad, al no ser demasiado agraciadas ni poder presumir de una arena blanca y fina. Y, aunque los hoteles con piscina suelen dar mucho juego, tampoco parece una gran idea estar a todas horas en remojo, a la espera de que el habitual sol abrasador que azota sin piedad al visitante pierda un poco de energía a la caída de la tarde.
Una buena opción para disfrutar de temperaturas más agradables puede ser adentrarse hacia el interior del territorio chipriota. Allí se encuentra una cadena montañosa conocida con el nombre de Troodos, cuya altura máxima alcanza casi los dos mil metros en un pico que, como no podía ser de otra manera en este estado orgulloso de su ascendencia griega, responde al nombre de Monte Olimpo. Dichas montañas están cubiertas de abundantes bosques, generalmente de pinos, por los que discurren numerosos riachuelos que proporcionan un envidiable frescor al ambiente. Puede verse incluso alguna que otra cascada, algo difícil de imaginar en una isla que, en su mayor parte, se caracteriza por su extrema aridez.
Existen pequeños pueblos dispersos aquí y allá entre los bosques que tapizan las laderas montañosas de Troodos. Uno de los más pintorescos es Omodhos, donde sus habitantes disfrutan aún de un estilo de vida bastante tradicional, muy diferente del que se aprecia en pequeñas localidades costeras o grandes ciudades como Limassol o Larnaca. Población muy conocida en Chipre por la calidad de sus vinos, Omodhos presume también de cenobio, en este caso uno de los más antiguos del país. Parece ser que el monasterio de la Santa Cruz existía ya allá por el siglo IV, aunque ha sido rediseñado en numerosas ocasiones y su versión actual sería irreconocible para sus constructores originales.
No lejos de aquí, en dirección noroeste, el monasterio de Kykkos es algo más moderno, pues data del siglo XI aproximadamente, pero es de lejos el de más renombre y el más visitado de Chipre. Parece ser que en aquellos tiempos, un gobernador de nombre Voutoumitis se perdió un día en los bosques de Troodos, donde se encontró con un ermitaño de nombre Isaías. No portándose demasiado bien con él, debido a su harapienta presencia, el gobernador logró dar con el camino de vuelta, pero al poco tiempo cayó gravemente enfermo. Ante la imposibilidad de encontrar curación, Voutoumitis mandó buscar a Isaías, a quien pidió perdón, y poco después sanó por completo. Al ser interrogado sobre un deseo, el ermitaño solicitó un icono de la Virgen, pintado por el Apóstol Lucas y propiedad del Emperador de Constantinopla.
Partieron para Bizancio pues Voutoumitis e Isaías, aunque con pocas esperanzas de conseguir el símbolo. A su llegada, la hija del Emperador se encontraba enferma y el ermitaño la sanó. Dubitativo aún, cayó el propio magnate aquejado del mal, que Isaías curó de nuevo. No tuvo entonces el Emperador más remedio que entregarles el apreciado icono, que fue llevado hasta las montañas de Troodos, donde se erigió un templo para cobijarlo. Desde entonces, esta imagen, conocida como Panagia Eleusa, que significa fuente de misericordia, se venera en el monasterio de Kykkos. Aunque nadie puede ver la cara de la Virgen, cubierta desde hace siglos. En contadas ocasiones se ha descubierto su rostro para hacer alguna rogativa especial, pero los monjes que la custodian evitan mirarlo directamente. Porque, de acuerdo con la leyenda, terribles augurios esperan a quien ose hacerlo.