UNESCO abarca 19 fortalezas en este sitio inscrito en su lista indicativa; desde la de Belem, en el norte del país, hasta la de Florianópolis, en el sur. Casi todas ellas fueron construidas por los portugueses en tiempos coloniales, y hasta participaron en su erección los españoles cuando las dos coronas (Portugal y España) se unieron entre 1580 y 1640, defendiendo ambos pueblos Brasil ante el ataque de otros países europeos (en especial de Holanda, que intentó invadir Brasil, sin éxito, en dos ocasiones en el siglo XVII). También se hallan en Brasil algunas fortalezas erigidas por países invasores europeos en los estados de Ceará, Bahía, y hasta Pernambuco.

He tenido la suerte de conocer unas 5 o 6 de estas 19 fortalezas. El acceso a todas ellas es gratuito, por ello un visitante entra en ellas como «Peter for his house», como dicen los ingleses. La primera de estas fortalezas que llegué a conocer bien, fue la de São José de Macapá, en el estado de Amapá, y días más tarde me dirigí a Belem entrando en Forte do Presépio, que alberga un interesantísimo museo dedicado a los grupos étnicos brasileños y sus costumbres de canibalismo antes de la llegada de los portugueses.

La fortaleza de Fortaleza (valga la redundancia) está habitada por soldados y te permiten comer en su cantina, a precios más económicos que en la calle, como pude comprobar durante mi visita. Otra fortaleza que también recuerdo haber visitado (en el año 1986) fue la de Florianópolis, sita sobre una isla, que por un tiempo fue posesión española (se acabó entregando a Portugal a cambio de la ciudad de Colonia de Sacramento, en Uruguay). Estas visitas a las fortalezas no son precisamente excitantes y en todas esas ciudades hay sitios más interesantes que visitar, pero sí que son didácticas por los museos históricos que albergan, sobre todo el Forte de Santo Antônio da Barra, en Salvador de Bahía (donde se ubica un hermoso faro). Su interior está dedicado a la navegación.