Fortaleza de São Miguel (por Jorge Sánchez)
Tuve que esperar dos semanas en Luanda mi barco a Santo Tomé y Príncipe, tiempo suficiente para conocer bien la ciudad. Los primeros días viví en la ilha, justo frente a la fortaleza de São Miguel, en un hostal que hacía las veces de club nocturno con mozas de vida alegre. Era lo más barato, hasta que días más tarde me mudé a la Missão Católica, regida por unas monjas mexicanas, que me trataron muy bien. L’ilha era, tal vez, el mayor atractivo de Luanda, más que las fortalezas varias que albergaba Luanda. Era una isla que estaba unida a la ciudad por una especie de istmo de tierra. Era mi lugar favorito para pasar el tiempo esperando mi barco, pues disfrutaba de la vista de la fortaleza de São Miguel sobre el promontorio de São Paulo, y comía a diario en la playa sardinas a la brasa con una cerveja portuguesa Sagres, por unos pocos kwanzas.
Visité la fortaleza solamente una vez, la entrada era libre y desde los torreones se obtenía una vista sensacional sobre el puerto y la ciudad. Fue la primera fortaleza que se erigió en Angola (en el siglo XVI). Durante unos años fue invadida por los holandeses, pero tras la independencia de Portugal de España, los portugueses la recuperaron. En los días que yo estuve en ella hacía las veces de un museo militar. Su lado negativo es que sirvió de «almacén» de esclavos que se mandaban a millares a Brasil en barcos llamados tumbeiros (ataúdes), pues la mitad de los africanos morían por el camino debido al hacinamiento y a las condiciones infrahumanas a las que los sometían durante el trayecto. Tras dos semanas de esperar en vano por mi barco, acabé comprando un billete de avión a la isla de São Tomé.