Florencia (por Jorge Sánchez)
La primera vez que viajé a Florencia, adonde llegué en autostop, fue un domingo por la tarde y me dediqué ése y el siguiente día a cumplir con mis deberes como turista visitando los edificios contemplados en el Patrimonio de UNESCO, es decir la catedral, la Basílica Santa Croce, palacios notables como el Vecchio, y las estatuas por la calle de Galileo Galilei o David, sin dejarme el Puente Viejo sobre el río Arno.
No obstante, esos monumentos los visité casi por obligación, pues mi meta principal era la Galleria degli Uffizi, pero tuve que posponerlo para otra ocasión pues el lunes ese museo estaba cerrado, y esperar al martes no me era posible por falta de dinero (dormía sobre el suelo a la entrada de la estación del tren) y debía cuanto antes llegar en autostop a Hospitalet de Llobregat, en España. Una segunda vez me ocurrió algo parecido y escalé en Florencia otro lunes, pero debí seguir viaje sin poder esperar. Menos mal que años más tarde llegué a Florencia un día «normal», y esa tercera vez sí que pude cumplir mi sueño de entrar en ese museo. Llegué a la entrada una hora antes e hice cola, sin desayunar, sin ni siquiera tomarme un capuccino caliente. Fui el primero en adquirir el billete. Una vez adentro me dirigí como un poseído a la sala donde se exhibía la extraordinaria pintura El Nacimiento de Venus, de Sandro Botticelli.
La razón era que desde mi infancia estaba enamorado de dos chicas, la cantante española Marisol y la italiana Simonetta Vespucci. Esta última fue la modelo de Botticelli en su cuadro representando a Venus. Cuando era niño, en mi cartera del «cole» llevaba un recorte de una revista donde aparecía la bella Simonetta en esa pintura de Botticelli. Tuvo una vida trágica y murió siendo muy jovencita, cuando sólo contaba 23 años. Botticelli, antes de morir, pidió ser enterrado a los pies de la tumba de Simonetta, deseo que le fue concedido. Él también se enamoró de Simonetta platónicamente.
Me quedé embobado frente a esa pintura por un tiempo indeterminado. Apenas presté atención a los trabajos de Leonardo da Vinci, Miguel Ángel, o Rafael, Tiziano, o Caravaggio de ese museo; sólo pensaba en Simonetta. Desde entonces estoy de acuerdo con el refrán que afirma: «a la tercera va la vencida».