Flamenco (por Jorge Sánchez)
Me alegré mucho cuando en el año 2010 UNESCO incluyó el Flamenco en su Lista Representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, pues de entre las danzas que he tenido oportunidad de presenciar durante mis viajes, tanto dentro como fuera de España, el flamenco es la que más me ha emocionado.
He visto espectáculos de flamenco en diferentes tablaos de Andalucía (dos en Sevilla, uno en Málaga, y tres o cuatro en las cuevas de Albaicín de Granada), cuatro tablaos en Barcelona (El Cordobés – que es el mejor de la Ciudad Condal -, el Patio Andaluz, el de la Plaza Real, y el de dentro del Pueblo Español), y seis o siete en Madrid (siendo los mejores El Corral de la Morería – ¡excelente! – y el Café de Chinitas). No cuento los «tablaos» de la Costa Brava u otros para los turistas, donde les cuelan gato por liebre.
Tanto el sonido de las cuerdas de la guitarra española interpretada por un virtuoso, como el sentimiento del cantaor, el bello espectáculo visual de las danzas y las coloridas vestimentas de las bailaoras junto a la gracia salerosa de sus movimientos, me subyugan, me embelesan, me encandilan… Cataluña, donde he nacido y vivo cuando no viajo, es la segunda región española donde más se ama el flamenco (tras Andalucía), pues cada año, durante diez días, en la explanada del Fórum de Barcelona, se celebra la Feria de Abril, donde participan unos 3 millones de catalanes, o casi el cincuenta por ciento de la población en esa región.
Somos afortunados los que vivimos en España de tener a un tiro de piedra en cualquier ciudad de Andalucía, Extremadura, Murcia, en Madrid o en Barcelona (principalmente), este maravilloso espectáculo sin par que todos los españoles amamos y del que nos sentimos muy orgullosos.
(No encuentro en este momento las fotos del tablao del Corral de la Morería, mi tablao favorito en Madrid y donde más veces he estado – no menos de diez veces he tenido la suerte de ir – pero muestro las que tengo del Café de Chinitas, también en Madrid, que no está mal)