Ferrocarril del Hiyaz (por Jorge Sánchez)
Me quedé un día y una noche en Tabuk, ciudad que encontré más «humana» que otras árabes que acababa de visitar, como Riad, Dammam o Jeddah, donde se necesita un coche para desplazarse. Por el contrario, en la pequeña Tabuk, de medio millón de habitantes, se puede caminar a todas partes y hay calles peatonales céntricas que te conducen a los lugares más turísticos y atractivos, como el histórico «Castillo», que es mencionado en el Corán, libro sagrado de los musulmanes, donde visité sus dos pisos.
Y justo enfrente del «Castillo» se yergue la famosa Mezquita del Arrepentimiento, diseñada al igual que la de la ciudad sagrada de Medina, que existe desde los tiempos cuando Mahoma permaneció 20 días en Tabuk con una gran tropa de 30.000 seguidores dispuestos a enfrentarse al Imperio Bizantino (confrontación que no llegó a producirse).
Una vez que visitado el «Castillo» por dentro, con un mapa de los tiempos de Ptolomeo donde ya aparece Tabuk (como Tabawa), y penetré en la mezquita, crucé a pie una autopista y llegué a un modernísimo museo que albergaba las antiguas barracas y locomotoras del Ferrocarril del Hiyaz, el cual unía la ciudad de Damasco (Siria) con la de Ammán (Jordania) y concluía en Medina (Arabia Saudita), para transportar los peregrinos que se dirigían a La Meca.
Esa línea sobrevivió desde los años 1908 al 1916 (aunque fue desmantelado definitivamente unos años más tarde en el contexto de la Primero Guerra Mundial). Algunas de las estaciones, como la de Al Ula (donde se halla el patrimonio mundial Madain Saleh), fueron bombardeadas por la Royal Air Force.
Un infame personaje, además de terrorista y criminal de guerra, que contribuyó a la desaparición de esa línea de ferrocarril, fue el británico T. E. Lawrence, al que llamaban «Lawrence de Arabia».
La entrada al Museo del Ferrocarril del Hiyaz (Hejaz Railway Museum) era gratuita. Me hicieron firmar en un libro de invitados, donde expresé mi gratitud, y a continuación un amable empleado me condujo a la antigua estación donde vi una antigua locomotora y diversos cuadros explicando la historia y la destrucción de la línea. En un cuadro aparecía la fotografía del siniestro terrorista inglés T. E. Lawrence. Me quedé en el interior de esa vieja estación más de una hora, pues me trajeron café árabe y dátiles, además de regalarme folletos en árabe y en inglés que me entretuve en leer sentado en un banco de madera.