Expediente X
A pesar de estar compuesto por apenas tres elementos, el conjunto dolménico de Antequera es uno de los más sobresalientes de Europa y me atrevería a decir que del mundo. Tanto el dolmen de Menga como el dolmen de Viera y el tholos de El Romeral presentan un estado de conservación excelente y cuentan con atractivos suficientes para ser considerados entre los más destacados de su especie. Si les añadimos la cercana Peña de los Enamorados, donde se han localizado pinturas rupestres datadas en el Neolítico final, así como restos humanos de la misma época en una estructura susceptible de constituir un cuarto dolmen, se puede concluir que nos encontramos ante un sitio megalítico de indudable valía.
Los interrogantes que plantea la existencia del dolmen de Menga son numerosos. Al acercarse al megalito, lo primero que llama la atención son sus descomunales dimensiones. Antecedido por un ciclópeo trilito a la manera de entrada, el conjunto compuesto por atrio, corredor y cámara funeraria mide veintisiete metros y medio, hecho inédito en este tipo de construcciones. Lo conforman un total de treinta y tres voluminosas piedras, una de las cuales, la que actúa como cubierta de la parte trasera del monumento, pesa nada menos que ciento cincuenta toneladas. Para hacerse una idea de su tamaño se puede indicar que la roca más grande de las empleadas en la pirámide de Keops, construida dos mil años después que el dolmen de Menga, pesa treinta toneladas. Es decir, cinco veces menos que la mencionada.
Para soportar el peso descomunal de las losas que conforman la cubierta del dolmen, sus constructores colocaron tres menhires a la manera de pilares, caso único en el megalitismo. Más extraña aún resulta la presencia de una perforación artificial realizada tras el tercer pilar, en la parte final de la cámara funeraria. Coetánea del dolmen, tiene una profundidad superior a los veinte metros, equivalente a la longitud total del conjunto. Gracias a ella era posible extraer el agua de un arroyo subterráneo que circula bajo el monumento. Cuando se descubrió, el pozo estaba colmatado por completo y en su interior se hallaron monedas y restos de vasijas, cuyo contenido una vez analizado demostró que algunas habían contenido vino. Puesto que la datación del dolmen de Menga es de unos seis mil años atrás, se trataría del vino más añejo del que se tienen noticias.
La inmensa mayoría de los dólmenes se orientan hacia la salida del sol, que corresponde al este geográfico. Sin embargo, el de Menga lo hace hacia el noreste, donde se localiza la vecina Peña de los Enamorados. Algo tendría que ver este hecho con la evocadora silueta que ofrece el peñón desde ese punto, similar a la de una figura humana yaciente, por lo que es localmente conocida como la mujer muerta. No cabe duda de que la ubicación del monumento fue cuidadosamente elegida por sus constructores, seguramente fascinados por la simbólica imagen que podían apreciar desde la entrada al megalito. Si en su interior se realizaba algún tipo de rito relacionado con ella es algo que seguramente nunca se sabrá.
Pero entre todas las incógnitas que rodean a este auténtico Expediente X abierto en torno a este megalito excepcional hay una que destaca sobre las demás. En todas las excavaciones realizadas hasta la fecha no se han encontrado restos humanos del periodo en el que fue construido, aunque sí posteriores. La funcionalidad del monumento no parece que fuera funeraria, por consiguiente, con lo que no sería un dolmen en realidad. Jamás sabremos cual fue su propósito inicial, pero dado que no servía como lugar de enterramiento, se extraía agua en su interior y el consumo de vino, así como la imagen de la simbólica Peña de los Enamorados, jugaban un papel relevante, es probable que algún tipo de rituales desconocidos se celebraran en su entorno. Hablando con propiedad, deberíamos referirnos a él como templo de Menga.