Évora (por Jorge Sánchez)
Tanto en Elvas como en Évora he parado en tránsito durante un viaje en autobús muchos años atrás en el que viajaba a Lisboa, cuando el conductor daba a los pasajeros 2 horas de tiempo libre para tomar un cafezinho (más bueno y más barato que en España). Elvas la visité a la ida viniendo de Madrid, y Évora a la vuelta cuando me dirigía a Sevilla.
Fue la histórica Évora la que me causó una sensación más duradera, tal vez por estar integrada en la red de las diez ciudades europeas más antiguas, junto a Cádiz en España, Béziers en Francia, Cork en Irlanda, Roskilde en Dinamarca (estas primeras cinco ciudades las conozco), más Colchester en Inglaterra, Maastricht en los Países Bajos, Argos en Grecia, Tongeren en Bélgica y Worms en Alemania (estas últimas cinco ciudades no las conozco).
Cuando llegamos a Évora todos los pasajeros descendimos en el aparcamiento y caminamos hasta la Praça do Giraldo para entrar en una cafetería. La mayoría se quedó por los alrededores comprando suvenires como manteles bordados, figuritas de gallos, o botellas de vinho verde, mientras que yo me acoplé a un pequeño grupo más osado y todos juntos nos aventuramos a descubrir el centro, visitando la catedral, luego deteniéndonos en el cercano templo romano de Diana, y finalmente entramos en la Igreja de São Francisco, donde un monaguillo nos condujo a la Capela dos Ossos, un lugar que al principio nos pareció fúnebre por la gran cantidad de huesos y cráneos unidos con cemento. A mí esa tétrica visión me produjo escalofríos y tras un minuto para leer una frase allí escrita salí al altar y le compré un cirio al párroco. Sin embargo, los demás pasajeros del autobús estaban a gusto allí dentro y tardaron más de 10 minutos en salir.
No era fobia lo que sentí, sino respeto mezclado con tristeza. Lo mismo me pasa con los cementerios, que evito visitar. La frase que leí, decía: «Nos ossos que aqui estamos pelos vossos esperamos». Era una alegoría sobre la brevedad de la vida, como recordándote que polvo eres y en polvo te convertirás, con el ánimo de no desperdiciar la vida en actividades fútiles. Antes de abordar el autobús todavía nos dio tiempo de observar las murallas de la ciudad con sus torreones, más el acueducto de Água de Prata. No teníamos más tiempo, debíamos llegar a Sevilla a tiempo para la cena en el hotel, que la teníamos incluida, y luego disfrutar de un espectáculo de flamenco.