Aunque es acostumbrado calificarla de jeroglífica, en realidad la escritura maya no consta de tales símbolos a la manera egipcia sino de un conjunto de más de ochocientos caracteres, a los que se conoce como logogramas, que se combinan entre ellos para conformar palabras. Cada uno de estos elementos podía formar un término por sí mismo, o simplemente constituir una sílaba, agrupándose en este caso dos o más para componer un vocablo. Con el fin de representar un texto, las combinaciones de logogramas formando lo que se conoce como glifos, o palabras escritas, solían grabarse en la piedra asemejando columnas, que eran leídas en forma de zigzag, de izquierda a derecha y de arriba abajo.
El proceso de comprensión de esta escritura, que ahora puede parecer un tanto simple, ha llevado siglos de estudio debido fundamentalmente al hecho de tomar un planteamiento erróneo como punto de partida. Puesto que los textos mayas tienen apariencia de dibujos, tal y como ocurre con los jeroglíficos egipcios, se pensó que estaban relacionados entre ellos, cuando en realidad no tienen nada que ver. De hecho, es más correcto equiparar este sistema de escritura al chino e incluso se piensa que el mismo conjunto de logogramas servía para escribir en más de una lengua, tal y como ocurre con los caracteres Han, usados para transcribir tanto el chino mandarín como el japonés. En todo caso puede decirse que, tras arduas investigaciones, la escritura maya está actualmente descifrada en su mayor parte.
El texto maya más extenso que ha llegado hasta nuestros días está contenido en los peldaños de la mal llamada Escalera Jeroglífica, que se conserva en el sitio arqueológico de Copán. Consta de más de mil bloques de piedra donde están representados unos dos mil quinientos glifos, colocados a la manera de gradas que constituyen una escalinata de unos sesenta niveles. Exactamente cada doce escalones está situada la figura de uno de los principales gobernantes de la ciudad, mientras que delante de la base y asociada a un altar se encuentra una estela que representa al rey apodado Humo Caracol. Fue éste quien completó el trabajo de construcción de la escalera, que se había iniciado tiempo atrás por encargo de alguno de sus predecesores.
Uno de ellos fue el rey conocido como 18 Conejo, probablemente el más carismático en la historia de Copán. Su pasión por levantar estelas, que muestran su figura acompañada de diversos textos narrando sus hazañas, hace que su imagen sea la más representativa de la ciudad. Fue el gobernante número trece de la dinastía que rigió los designios de este lugar y bajo su mandato Copán vivió su principal periodo de esplendor. Hasta siete de las estelas que mandó construir pueden verse aún en el sitio arqueológico y son consideradas el culmen artístico de la escultura maya. Lamentablemente, el final de 18 Conejo fue trágico pues, tras ser derrotado y hecho preso en una batalla que enfrentaba a Copán con la ciudad vecina de Quiriguá, fue decapitado días después.
La Escalera Jeroglífica constituyó un auténtico rompecabezas para los valientes arqueólogos que se aplicaron en la tarea de reconstruirla. Incapaces de comprender el significado de sus numerosos glifos, terminaron ensamblándola como buenamente pudieron, de forma que aún hoy día muchas de sus piezas no están en el lugar que les fue asignado por sus constructores originales. Probablemente Humo Caracol se enfureció considerablemente, donde quiera que se encuentre, al darse cuenta de lo sucedido con tan gran epopeya sobre sus antepasados. No en vano alguno de ellos, como su abuelo 18 Conejo, están rodeados de tan vasta leyenda que transcribirla por completo solo hubiera sido posible mediante una escalinata que llegara hasta el cielo.
