En tierra salvaje
Maurice subía la falla a un ritmo tan endiablado que nos costaba trabajo seguirle. Íbamos en busca de unos poblados tata somba, cuyo principal atractivo son sus características viviendas de dos pisos, construidas en adobe a la manera de cabañas unidas entre sí por lo que da la impresión de ser una muralla. Mientras casi con la lengua fuera trepaba por la colina, iba preguntándome de donde sacaba el improvisado guía tanta energía, si por su aspecto parecía ser un anciano. Así que, durante una parada que hicimos para descansar un poco y mientras compartíamos unas galletas integrales, me interesé por su edad en mi rudimentario francés. ‘Cuarenta años’, me contestó. La respuesta me dejó perplejo: Maurice tenía más o menos mi edad, pero aparentaba ser al menos veinte años mayor.
En esta zona del norte de Benín viven los betammaribe, también llamados aquí tammari y a quienes en el vecino Togo se les denomina taberma. Al grupo étnico formado por ellos y otras tribus de origen y lenguaje similar se les conoce como somba, término que se traduce como salvaje o desnudo, de ahí que el nombre de sus edificaciones sea tata somba, que viene a significar algo así como fortalezas de los salvajes. Se trata de una población de fuertes convicciones animistas y que aún disfruta de un modo de vida bastante tradicional. Viven junto a sus animales, generalmente vacas o cerdos, y cultivan diversas especies vegetales, destacando el mijo, con el que producen una cerveza casera a la que denominan choukachou.
Orgullosos de su forma de vida y reacios a dejar de lado sus tradiciones, los somba no se han integrado demasiado en la sociedad beninesa y sus poblados disfrutan de un considerable aislamiento. Concretamente, las aldeas betammaribe a las que nos dirigíamos están situadas en las montañas Atakora, sucesión de colinas que se extiende desde Ghana al norte de Togo y Benín. Además de ser la región más montañosa de este último estado, es la menos impactada por la mano del hombre en una nación donde buena parte de su territorio está roturada por motivos agrícolas, principal medio de subsistencia de su población. Toda esta zona está protegida al formar parte del Parque Nacional Pendjari, donde se concentra la mayoría de la fauna salvaje del país.
Prácticamente mimetizados en este entorno privilegiado, los somba construyen sus viviendas asemejando toscas fortificaciones. Con forma de cabañas cilíndricas, suelen disponer de dos pisos, siendo usado el inferior como cocina y lugar de descanso tanto para los miembros de la familia como para sus animales, mientras que en el superior se encuentra una terraza donde se seca el grano. A veces ésta aparece cubierta por un tejado de paja y sirve entonces como dormitorio para los componentes del clan capaces de trepar hasta ella. Las viviendas se unen por una especie de pared de arcilla que circunda todo el conjunto, que desde el exterior aparece a los ojos del visitante como si de un primitivo castillo de adobe se tratara. Y es que, en el fondo, un tata no es más que una fortaleza construida por los miembros del grupo familiar para protegerse de sus enemigos.
Se dice que la distancia entre un tata y el siguiente es siempre algo superior a la que alcanzaría una flecha lanzada desde alguno de ellos. Y lo que parece evidente es que el proceso de construcción de estas fortificaciones está siempre guiado por una serie de simbolismos que influyen en muchos aspectos, desde el lugar elegido para levantarlas hasta la decoración que muestran sus paredes, pasando por el sitio donde se sitúa la puerta de entrada al recinto. Cuando Maurice, siempre con paso firme, nos llevó hasta una de ellas pudimos hacernos una idea del modo de vida de uno de los pueblos más primitivos de África Occidental. Gente de mirada franca y tímida sonrisa, los betammaribe se aíslan aún en sus primitivos castillos para protegerse de su mayor enemigo en la actualidad: esa amenazante civilización que pretende acabar de un plumazo con todas sus milenarias tradiciones.
De hecho sigue sorprendiendo que ciertas civilizaciones resistan a esa modernización que muchas veces a llegado impuesta…
Ojalá puedan seguir con su modo de vida, al menos mientras ellos lo deseen.
Gracias por mostrarnos culturas tan especiales 😉
De nada. Gracias a ti por leerlo y comentar.
Los betammaribe son cada vez menos y, por lo que he leído últimamente, tienen verdaderos problemas para mantener sus tradiciones. Es una lástima, porque muchas culturas indígenas se van perdiendo de esta manera y es algo que no tiene vuelta atrás. Espero que, como bien dices, puedan seguir con sus costumbres milenarias al menos mientras sean felices así.
Muchas gracias por tu comentario.
Me ha recordado a algunos de los poblados que conocimos en Mali o Burkina, por ejemplo el de los Gan, en Burkina, que tienen aun su propio rey (que tiene una simple silla como trono), y al que le dedicamos un post en su momento.
A Mali le tengo unas ganas enormes, especialmente al país dogón y a Tombuctú. Dudo que pueda ir algún día de todas formas, las cosas no están del todo claras por allí. En Burkina Faso mi experiencia es escasa, se limita a la capital y algunos poblados de la zona este del país. La percepción que tengo es que los betammaribe han sabido conservar mejor sus tradiciones, probablemente por vivir en una zona más aislada.
Muchas gracias por tu comentario.