En casa del dragón rojo
El germen de la ciudad de Cardiff lo constituyó un fuerte que los romanos levantaron en este lugar aproximadamente en el siglo I. En aquella época el territorio actual del País de Gales estaba poblado por los siluros, belicosa tribu de origen celta que opuso una fuerte resistencia al invasor, por lo que la solución adoptada por éste fue levantar una serie de fortificaciones a la manera de línea defensiva para protegerse. Una de ellas formaría el núcleo de lo que con el tiempo llegaría a ser la capital galesa, a la que sus habitantes conocen como Caerdydd. Pero la presencia humana en esta zona es muy anterior como evidencian los numerosos restos aquí encontrados, que incluyen diversos tipos de construcciones megalíticas.
Al completarse la ocupación romana del lugar el fuerte quedó un tanto en desuso, pero Cardiff fue creciendo poco a poco a su alrededor. Quedaron así tan ligados el uno a la otra que el nombre de la villa procede al parecer de una locución en gaélico antiguo, con el significado de fuerte sobre el río Taff. Fue pasando el tiempo y tras el abandono de la última legión romana que ocupaba el estuario del mencionado río, hecho que ocurrió en el siglo V, una especie de penumbra se extendió por esta zona. Tal es así que la Historia prácticamente no ha dejado trazas de su devenir en ella por un periodo de más de quinientos años. Algunos expertos sugieren que la población asentada en los alrededores del fuerte continuó su crecimiento durante esta época, mientras que para otros el lugar quedó completamente despoblado.
Hasta que se hizo la luz con la llegada de los normandos, que al mando de Guillermo el Bastardo aparecieron por allí a finales del siglo XI. No se sabe muy bien por qué estos guerreros, procedentes de tierras continentales, se interesaron por aquel lugar. Pero de lo que no hay duda es de que construyeron una imponente torre del homenaje sobre un montículo, tal y como era costumbre en la época, situado en el interior del fuerte romano. Dicha torre se mantiene aún en buen estado de conservación e incluso es posible acceder a ella a través de unas escaleras que trepan por la pequeña colina. El antiguo fuerte adquiría de esta manera una nueva dimensión, convirtiéndose en un castillo que comenzó a ser usado como residencia familiar de sus propietarios. Así fue pasando de manos de una dinastía a las de otra hasta mediados del siglo XIX.
El castillo fue entonces adquirido por un noble que, aparte de gozar de una inmensa fortuna, tenía un gusto exquisito por los movimientos artísticos más innovadores del momento. Contrató por tanto a un conocido arquitecto de la época, llamado William Burges, quien de inmediato se puso manos a la obra en la tarea de convertir el antiguo fuerte romano en todo un palacio victoriano. Hombre de fuertes convicciones neogóticas, debido a su aversión por el cariz arquitectónico que estaba tomando Gran Bretaña tras la revolución industrial, Burges puso todo su empeño en la obra y el resultado fue espectacular. Respetando por completo la estructura original, el castillo fue remodelado y convertido en un suntuoso palacio de imaginativo y modernista diseño. Buena prueba de ello es su original Torre del Reloj, quizás la imagen más representativa de Cardiff en la actualidad.
Pero el auténtico símbolo de la ciudad, y de todo el País de Gales, es ese dragón rojo que luce sobre un fondo blanco y verde en su bandera. Existen diversas teorías sobre el origen de esta curiosa figura como representante de la identidad nacional galesa. Para desdicha de muchos la que tiene más visos de realidad no le otorga procedencia celta sino romana, debido a que este animal mitológico era una de las imágenes que portaban las legiones en sus estandartes. No está claro si por admiración o por estética sus enemigos celtas lo adoptaron para sí, de forma que hasta el legendario Rey Arturo ya lo llevaba en sus míticas batallas. Y allí sigue, vigilando su castillo desde lo alto de la torre del homenaje.