Embrujo permanente
Aunque etimológicamente su denominación no tiene nada que ver con lo que en castellano sugiere, la ciudad de Brujas suele embrujar a los viajeros debido a su cautivadora belleza. Brugge en realidad significa puentes en el idioma flamenco mayoritario en esta localidad belga, y desconozco a que se debe esa denominación metafórica que le fue asignada en la lengua española. Pero he de reconocer que me resultó realmente apropiada la primera vez que visité esta población al comienzo de la primavera de 1992. A pesar de que el día era algo gris, tal y como suele ser habitual en esas latitudes, quedé fascinado por la hermosura de este lugar, uno de los muchos que en Europa son conocidos con el apelativo de Venecia del Norte debido a los numerosos canales que lo surcan.
Tal y como es habitual en las poblaciones de su entorno, Brujas fue desarrollándose a partir de una plaza central, conocida como Plaza del Mercado. Constituía ésta el centro neurálgico de la vida cotidiana en la ciudad durante la Edad Media, cuando llegó a alcanzar una prosperidad importante. A pesar de algunas vicisitudes, buena parte de sus edificios se han mantenido en su estado original, con sus características fachadas de aspecto triangular decoradas con vivos colores. En el centro de la plaza se encuentra una estatua dedicada a Jan Breydel y Pieter de Coninck, que lideraron una revuelta contra los franceses en el siglo XIV y son considerados unos auténticos héroes locales. También está allí el famoso Campanario, torre de observación construida en el siglo XII que, con sus ochenta y tres metros de altura, se distingue desde casi cualquier punto y es el símbolo más representativo de la población.
La arquitectura religiosa también está bien representada aquí, bien sea a través de la catedral de San Salvador, de origen románico aunque bastante renovada posteriormente. O bien mediante la más conocida iglesia de Nuestra Señora, cuya torre constituye el punto culminante de Brujas con sus más de ciento veinte metros, y que guarda una Madonna obra de Miguel Ángel. Es de destacar también el beguinaje, recinto compuesto por un patio central rodeado de pequeñas viviendas que servían como morada de una comunidad monástica en tiempos medievales. Formaban la comunidad grupos de mujeres laicas que se reunían para ejercer una vida religiosa, tal y como si de monjas se tratara. La causa que las impulsaba a ello era la sobrepoblación femenina que había entonces, al ser los hombres frecuentes víctimas de conflictos tales como esas guerras tan habituales en la época.
Cuando la muchedumbre que habitualmente se aglomera en el pequeño casco histórico de Brujas empieza a resultar agobiante, resulta muy conveniente darse unos minutos de respiro dirigiéndose hacia la Gentpoort, una de las cuatro puertas de acceso a la ciudad que aún se conservan. Así llamada porque aquí comenzaba el camino que llevaba a Gante, en la actualidad basta con cruzarla para encontrar un remanso de paz en sus inmediaciones. Lejos del turismo de masas, es el lugar ideal para relajarse un rato y, si se quiere disfrutar de un ambiente más bucólico aún, sobre un promontorio cercano se divisa la figura de un puñado de molinos de viento, alguno de los cuales está aún en funcionamiento. De aspecto similar al de sus vecinos holandeses, el más antiguo de ellos data del siglo XVIII.
Haciendo honor a su denominación flamenca, el centro histórico de Brujas presume de más de cincuenta puentes, que salvan una intrincada red de canales. Compuestos por uno o varios arcos, de diferentes formas e incluso colores, medievales o modernos, la mayoría de ellos están rodeados de un aura romántica, acentuada aún más si cabe por el aspecto gris plomizo que frecuentemente presenta el cielo de la ciudad. No le falta a ésta un cierto aire de misterio, que la hace parecer todavía más fascinante a la caída de la tarde. Es entonces cuando Brujas muestra esa capacidad de encantamiento que hechiza a todo visitante que hasta ella se acerca, haciéndole desear que el momento de admirar nuevamente su arrebatadora belleza no esté demasiado lejano.