Elegido para la gloria
‘Ad illos Pompeianus’ exclamó Diocles tratando de animar a Pompeyano, un magnífico ejemplar de alazán a quien consideraba su caballo favorito. Debido a su tranquilidad, siempre lo colocaba en el lado interior de su cuadriga, asignando las otras tres posiciones a corceles más jóvenes y menos experimentados. La salida fue desafortunada, pero el auriga asió con fuerza las bridas y su carro comenzó a remontar. Uno a uno sus rivales fueron sobrepasados, hasta que solo tuvo delante al casi imbatible Escorpo. Ambos eran viejos conocidos, así que cuando Diocles estaba a punto de pasar por el interior su rival intentó cerrarlo contra el muro. Ambos carruajes chocaron con violencia y solo la pericia de sus conductores los salvó de irse al suelo y ser aplastados sin remisión. Por suerte para el auriga lusitano, Pompeyano mantuvo la calma y consiguió llevar a sus compañeros a la victoria, una más aquella temporada.
Entre el aproximadamente medio centenar de circos romanos de los que se tiene evidencia, el de Augusta Emerita es uno de los que mejor estado presentan. Fue fundado en las primeras décadas del siglo I y se considera uno de los más importantes del Imperio Romano tras el grandioso Circo Máximo de Roma. A la manera habitual, presenta forma ovalada y mide unos cuatrocientos cincuenta metros de longitud por aproximadamente ciento veinte de anchura. Tenía capacidad para unos treinta mil espectadores, lo que equivalía a casi el cien por cien de los habitantes de la población emeritense en aquella época, y, debido a sus considerables dimensiones, se construyó en una zona extramuros de la localidad.
No se tienen demasiados datos sobre la vida de Diocles, tan solo las inscripciones que figuran en una lápida erigida tras su retirada y en la base de una estatua dedicada por sus hijos. De origen lusitano, nació a comienzos del siglo II en Augusta Emerita, aunque algunas fuentes lo sitúan en Lamecum, actualmente la villa portuguesa de Lamego. Al contrario que la mayoría de los aurigas, generalmente procedentes del estrato más bajo de la sociedad romana, posiblemente formaba parte de la clase media-alta como lo prueba su apellido Apuleyo. Tras iniciarse en el mundo de las carreras de carros en el circo de su civitas natal dio el salto a Roma, donde alcanzó gran relevancia, llegando a ser considerado el conductor más importante de su época.
Aunque las carreras de carros fueron el espectáculo preferido por el pueblo romano, bastante por encima de los que se celebraban en teatros y anfiteatros, comenzaron a perder fuelle con el declive del Imperio. Aun así, el circo romano de Augusta Emerita se mantuvo en funcionamiento al menos hasta el siglo VI, llegando a alcanzar más o menos el medio milenio de actividad en total. Más adelante fue cayendo poco a poco en el olvido, atrapado bajo los escombros acumulados durante los diferentes rediseños de la ciudad. En la segunda mitad del siglo XX comenzó a ser excavado, habiéndose recuperado desde entonces buena parte del graderío, dos de los accesos principales, concretamente la Porta Pompae y la Porta Triumphalis, la spina, espacio longitudinal alrededor del cual se realizaban las carreras, así como algunos de los doce carceres, cocheras que servían de almacenamiento de los carruajes y punto de partida de las competiciones.
Según se hace constar en la lápida anteriormente mencionada, Diocles estuvo en activo como auriga durante veinticuatro años, hecho inaudito pues la mayor parte de sus compañeros perecían en accidentes sufridos durante la competición y no llegaban a la treintena. Venció en cerca de mil quinientas competiciones, más de un tercio en las que participó, hazaña solo a su altura y acumuló unas ganancias totales de casi treinta y seis millones de sestercios. Para hacerse una idea de las dimensiones épicas del personaje, diversos expertos han calculado que ese beneficio económico equivale a unos catorce mil millones de euros en la actualidad, logro inalcanzable para cualquier deportista desde entonces. Cuando cumplió los cuarenta y dos años, Diocles se retiró a Praetene, actual población italiana de Palestrina, me gustaría pensar que llevándose consigo a su fiel Pompeyano, y simplemente se esfumó.