El tiro por la culata
Turísticamente hablando, ya llevaba yo muchos tiros pegados la primera vez que me acerqué a conocer Murcia. Para entonces había visitado unos setenta y cinco estados miembros de Naciones Unidas, además de conocer la inmensa mayoría de las capitales de provincia españolas y las once islas principales que forman parte del territorio hispano. En un alarde de soberbia a los que no estoy acostumbrado, pensé que la capital murciana carecería de atractivos para el visitante y no tendría posibilidad alguna de cautivarme. Sin embargo, y para mi sorpresa, nada más entrar en contacto con la ciudad comencé a darme cuenta de que había cometido un grave error.
A la manera habitual en territorio reconquistado, la catedral de Santa María fue erigida sobre la antigua mezquita mayor musulmana. Tras la toma de la ciudad por parte de Jaime I el Conquistador en 1266, la mezquita había sido reconvertida en iglesia y así se mantuvo un cuarto de siglo, hasta que se trasladó a ella la sede episcopal de la diócesis de Cartagena. A mediados del siglo siguiente comenzó la construcción de la nueva catedral, que se inició con la edificación de un claustro gótico. Los trabajos fueron avanzando durante las décadas posteriores y se dieron por concluidos con la consagración del templo en 1467. Más adelante se realizaron diversos añadidos, entre los que destaca su imafronte barroco, obra de Jaime Bort de mediados del siglo XVIII. Dedicado a la Virgen María, en su eje central muestra escenas de la Virgen con los Arcángeles y de la Asunción de María. Diversas figuras de ángeles, santos y mártires las secundan a ambos lados.
Además del imafronte, que ejerce como fachada principal, la catedral tiene otras dos portadas. Dando paso al lado sur del transepto se encuentra la denominada Puerta de los Apóstoles, cuya construcción fue iniciada en los años previos a la consagración del templo. Su autor fue Diego Sánchez de Almazán y está realizada en estilo gótico florido. Por su parte, el lado norte del transepto se abre al exterior a través de la conocida como Puerta de las Cadenas, que fue edificada en estilo plateresco a comienzos del siglo XVI. Su tramo superior fue reformado en el siglo XVIII, adquiriendo el aspecto neoclásico que ahora presenta.
Con permiso de su prodigiosa fachada principal, el símbolo por excelencia de la catedral murciana, y por ende de toda la población, no es otro que su imponente campanario. Fue construido en diversas fases, entre comienzos del siglo XVI y finales del siglo XVIII. Consta de cinco cuerpos, siendo rematado por una cúpula neoclásica obra de Ventura Rodríguez, sobre la que se sitúa una linterna. En su parte superior se disponen un total de veinte campanas, fundidas en los siglos XVIII y XIX, algunas de las cuales llegan a alcanzar un peso de varias toneladas. La excepción es la conocida como La Mora, cuya fundición se remonta al siglo XIV y que se guarda en el museo catedralicio, habiéndose colocado una réplica en su lugar. Con una altura de noventa y tres metros, que llega a los noventa y ocho si se cuenta la veleta, se trata del tercer campanario más alto de España.
Pero las sorpresas que me depararía la catedral de Murcia estaban lejos de tocar a su fin. Al fondo de la nave principal, escondida tras el altar mayor, la capilla de los Vélez parece querer pasar desapercibida. Y casi llega a conseguirlo, si el visitante no está informado al respecto de su existencia. Encargo de Juan Chacón a finales del siglo XV, las obras fueron concluidas por iniciativa de su hijo, Pedro Fajardo, primer marqués de los Vélez. Exuberante es probablemente el término que mejor describe su ornamentación interior, de difícil encuadre puesto que a su predominio de elementos góticos añade otros mudéjares e incluso de ese Renacimiento aún por venir. Asombro es lo que espera al espectador ante tanta belleza. Y una soberana cura de humildad es la que sufrí yo al comprobar que, al menos esta vez, el tiro me había salido por la culata.