MunDandy

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Georgia

El monasterio vigilante

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Uno de los aspectos que atrajeron mi atención casi de inmediato cuando visité Georgia en agosto de 2010 fue el emplazamiento elegido por sus constructores para situar los edificios religiosos. Buena parte de ellos se levantan sobre el punto más elevado de la población a la que sirven, de forma que puede establecerse un contacto visual con el templo casi desde cualquier lugar, lo que resulta sin duda una medida práctica para convocar a los fieles a sus ritos. A ello se añade el hecho de que su ubicación en lugares poco accesibles les proporciona una protección adicional contra eventuales enemigos, que han sido una constante a lo largo de los siglos en estas tierras caucasianas.

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El monasterio de Jvari constituye quizás el ejemplo más evidente de templo situado en un lugar casi inaccesible y que puede verse desde casi todos los ángulos posibles. Erigido sobre un promontorio rocoso de difícil acceso, parece vigilar con su presencia la ciudad de Mtskheta, antigua capital de Georgia. La villa se encuentra situada justo debajo, en la confluencia de los ríos Mtkvari y Aragvi. Tal emplazamiento debía tener, por tanto, un alto valor estratégico. Buena prueba de ello son los restos de las murallas que rodeaban el cenobio en el pasado, cuando aquel lugar debía ser muy apetecible para los numerosos invasores que frecuentemente intentaban conquistarlo.

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De acuerdo con la tradición, Santa Nina, una evangelizadora venida de Constantinopla para convertir al cristianismo parte del actual territorio de Georgia, plantó en el siglo IV una enorme cruz de madera en este lugar, sobre lo que hasta entonces era un templo pagano. Aproximadamente un par de siglos más tarde, una iglesia, la misma que ha llegado hasta nuestros días, fue construida en el sitio donde se levantaba la cruz. A ella debe el santuario su nombre, pues jvari tiene ese significado en idioma georgiano. Leyenda o no, lo que parece evidente es que su construcción data del siglo VI, siendo por ello coetánea de Santa Sofía y, por consiguiente, una de las iglesias más antiguas que existen.

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Arquitectónicamente hablando, el elemento principal del monasterio de Jvari responde al arquetipo de templo georgiano con planta de cruz griega rematada en sus cuatro extremos por sendos ábsides, dando el conjunto la impresión de absoluta uniformidad. En su interior se levanta una cruz de gran tamaño, posiblemente en el mismo espacio que se supone ocupaba originalmente aquella iniciática de Santa Nina. La fama de este cenobio en la Edad Media fue considerable, atrayendo a numerosos peregrinos que imitaron su estilo en sus lugares de origen, tal y como era habitual en aquellos lejanos tiempos. Y a pesar de las numerosas amenazas, que en alguna ocasión llegaron incluso a provocarle incendios, consiguió sobrevivir en un estado aceptable hasta el siglo XX.

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En las primeras décadas de ese infausto siglo el denominado ejército rojo invadió el país, imponiendo al pueblo georgiano su religión laicista. La iglesia de la Cruz quedó entonces sumida en el olvido, aislada por completo en la cima de la colina ante la prohibición de celebrar cualquier tipo de culto religioso en ella. Una base militar fue instalada en sus proximidades, con la consiguiente restricción de acceso a los fieles. Todo ello provocó que el viejo templo fuera languideciendo poco a poco, hasta quedar al borde del derrumbe. Por suerte para los que creemos en el arte, la cruz venció al laicismo en esta ocasión y tras la independencia de Georgia el monasterio de Jvari parece renacer de sus cenizas. Esperemos que siga allá arriba por mucho tiempo, vigilando desde su privilegiada atalaya todo cuanto se cuece en sus contornos.

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