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Denominada en gaélico Baile Átha Cliath, que se traduce como asentamiento del vado de cañizo, Dublín ha ejercido como capital de la isla de Irlanda desde el siglo XII. El nombre con el que es habitualmente conocida proviene del gaélico antiguo Duḃ Linn, cuyo significado es laguna negra. Su fecha de fundación es desconocida, aunque la población como tal fue establecida por los vikingos a mediados del siglo IX. A partir del siglo XVII experimentó un crecimiento desmesurado, llegando a convertirse en la segunda ciudad británica y la quinta de Europa por número de habitantes. En el siglo XIX llegaron las vacas flacas, al quedarse al margen de la Revolución Industrial, y muchos dublineses tuvieron que emigrar. La prosperidad retornó a partir de la década de los sesenta del siglo XX, acentuándose a finales de ese mismo siglo, lo que supuso un cambio importante en el paisaje urbano dublinés. Aun así, el centro histórico mantiene un ambiente georgiano, en parte debido a las inversiones realizadas en las últimas décadas para devolverle su grandeza. Entre sus puntos de interés hay que mencionar el castillo, edificado a comienzos del siglo XIII aunque muy retocado en el siglo XVIII. A finales del siglo XII fue erigida la catedral de San Patricio, de culto católico, mientras que un siglo atrás había sido fundada la catedral de la Santísima Trinidad, que tiene la particularidad de servir tanto al credo católico como al anglicano. Otros lugares emblemáticos son la biblioteca del Trinity College, establecida a finales del siglo XVI; la grandiosa Espira de Dublín, que con sus casi ciento veinte metros de altura está considerada la escultura más alta del mundo; y la estatua de Molly Malone, protagonista de una famosa canción popular irlandesa. Una visita a Dublín no estaría completa sin acercarse hasta Temple Bar, zona donde se concentran numerosos pubs en los que es posible disfrutar en vivo del sonido de instrumentos locales como la gaita de codo o el arpa irlandesa.