Diamantina (por Jorge Sánchez)
Llegué aún oscuro a Diamantina. Esperé en la rodoviaria tomando cafés y comiendo coxinhas. Cuando la ciudad despertó descendí los callejones hasta alcanzar el centro histórico con su catedral, mercado y el museo de los diamantes. Diamantina no es una ciudad grande, cuenta con unos 50.000 habitantes. Es montañosa y sus calles son empinadas y empedradas. Iba fijándome en unos letreros que decían Caminho dos Escravos. Diamantina era el final de una ruta llamada Caminho dos Diamantes y que comenzaba en dos ciudades simultáneamente, Paraty y Río de Janeiro, para converger en Ouro Preto. Vista en el mapa, la ruta hacía la forma de una Y griega invertida. El Caminho dos Diamantes era una de las Estradas Reais (Caminos Reales) que surgió en el siglo XVIII, cuando se descubrió oro y diamantes en cantidades fabulosas en el estado de Minas Gerais.
Al final deduje que existían dos caminos simultáneos; uno era el que llevaba esclavos desde Paraty y Río de Janeiro a Diamantina para trabajar en las minas; el otro era el por esa misma ruta transportaba oro y diamantes de esa zona hacia las ciudades portuguesas de Paraty y Río de Janeiro. Existe un circuito para ciclistas y amantes del senderismo que realizan esa ruta, tanto de ida como de vuelta. Las ciudades que se atraviesan son de sumo interés. Además de en los Patrimonios Mundiales de Diamantina, Congonhas y Ouro Preto, también se hace escala en los encantadores poblados de Tiradentes, Mariana, São João del-Rei, más un largo etcétera.
Creo que durante unas 6 horas de visita ininterrumpida no me perdí ningún sitio interesante, catedral o iglesia que mereciera la pena, además de callejear de arriba abajo y de abajo arriba. Todo lo encontré de cuento, bello hasta el éxtasis. No entré en los museos de pago, como el de los diamantes, ya que no podía permitirme gastar el poco dinero que me quedaba hasta Río de Janeiro, y aún debería guardar algunos euros para la vuelta a España. Al mediodía regresé en un autobús a Belo Horizonte.