Deseos de lucha
Hace unos años los noticieros de buena parte del Planeta informaban sobre graves disturbios ocurridos en Tivoli Gardens, un suburbio de Kingston, que habían dejado casi un centenar de víctimas en la capital jamaicana tras los enfrentamientos ocurridos entre la policía y algunos residentes del lugar. Trataban éstos de evitar la extradición a Estados Unidos de Dudus Coke, un supuesto narcotraficante reclamado por este país y al que numerosos locales consideran poco menos que su benefactor. Aunque carezco de conocimientos suficientes para posicionarme sobre la justicia o no de esta medida, la noticia me hizo recordar los días vividos en Jamaica a la vez que sentir cierta tristeza ante el infortunio sufrido por las víctimas de tan lamentables sucesos.
Evidentemente, no puedo asegurar que conozco en profundidad al pueblo jamaicano tras pasar tan solo unos pocos días en esta isla caribeña. Pero la impresión que obtuve durante mi corta estancia en Jamaica es que la habitual apariencia alegre de sus habitantes esconde una serie de carencias, fundamentalmente cierto complejo de inferioridad ante otras naciones del entorno, especialmente Estados Unidos. Me dio la sensación de que el jamaicano vive en una especie de permanente comparación con el estadounidense, al que considera a un nivel superior en muchos aspectos, e intenta ponerse a su altura como sea. Sobre todo en ámbitos, como puede ser el deportivo, en los que la distancia entre ambos no es excesiva.
Quizás la Historia tenga algo que ver en el asunto. Colonizada en principio por los españoles, Jamaica estuvo en disputa entre hispanos y británicos durante un largo periodo de tiempo, hasta que pasó definitivamente a manos de estos últimos en la segunda mitad del siglo XVII. Al igual que ocurrió en diversas zonas sureñas de Estados Unidos, numerosos esclavos fueron llevados a la isla desde África para trabajar en las plantaciones de caña de azúcar. Y, como sus casi vecinos de Alabama, Louisiana o Carolina del Sur, los jamaicanos se rebelaron duramente contra la esclavitud, mostrando el carácter en gran medida indómito que aún hoy mantienen.
Los paralelismos se terminan en cuanto queda definitivamente constituida la Unión y se produce una explosión económica en Estados Unidos. El estallido en Jamaica es tan solo demográfico, dando lugar a una población muy joven, que crece sin demasiadas expectativas de futuro y cuya única alternativa suele ser la emigración, con destino fundamentalmente a Nueva York o Florida. Lugares donde, si consigue establecerse, el recién llegado probablemente no será tratado como espera y casi con toda seguridad sufrirá un profundo desarraigo. Es hasta cierto punto lógico, por tanto, que surja cierto sentimiento competitivo, acentuado además por el carácter orgulloso inherente a un pueblo como el jamaicano, que ha tenido que luchar duro desde siempre.
No me resulta extraño, por consiguiente, que un hombre de negocios como Dudus Coke sea un auténtico ídolo para esos jóvenes de Tivoli Gardens, que tienen ante sus ojos un futuro tan poco prometedor. Aunque quizás fuera beneficioso para ellos el tratar de reflejarse en otros espejos, como pueden ser el atleta Usain Bolt o el músico Bob Marley, grandes triunfadores en actividades considerablemente más honestas e indudablemente menos peligrosas. Pero lo que no me causa ningún atisbo de duda es que la amplia sonrisa que suelen lucir los jamaicanos oculta un tremendo deseo de lucha, una absoluta necesidad de salir adelante en la vida. Y, desde luego, experiencia en esa dura contienda que es sobrevivir no les falta, la llevan marcada a latigazos en sus genes.