Desafiando al olvido
No había concluido aún el siglo VII cuando un grupo de devotos visigodos, pueblo ya por entonces convertido al cristianismo, decidió construir un monasterio para honrar a su nueva divinidad. El emplazamiento elegido para ello no podía ser cualquiera, sino que, tal y como empezaba a ser costumbre en la época, el cenobio debía situarse preferiblemente en las cercanías de algún lugar que hubiera sido dedicado al culto pagano con anterioridad. Para la construcción se usaron sillares procedentes de un templo anterior, dejando a la vista incluso inscripciones grabadas en la piedra que hacían referencia a la deidad Ataecina, muy venerada por los pueblos celtíberos que habitaban la zona algunos siglos atrás. Poco después, el primitivo monasterio estaba listo y los ritos católicos comenzaron a celebrarse en su interior.
Con el paso del tiempo fueron añadiéndose otros edificios al complejo monástico, que empezó a cobrar fama en los contornos. El número de monjes que allí moraban, dedicados al culto religioso y al cultivo de florecientes huertos alrededor de la basílica, fue incrementándose poco a poco. Tal periodo de prosperidad no duró mucho, no obstante, pues un ejército invasor llegaba por el sur y, sin que sus habitantes pudieran oponer mucha resistencia, el cenobio fue arrasado y saqueado. Durante el tiempo que duró la ocupación árabe el monasterio se mantuvo en ruinas, debido a la estricta prohibición de reconstruir o instaurar edificios donde se celebraran actos cristianos en aquel periodo. Hubo que esperar a que la comarca, hoy conocida como Trampal, fuera reconquistada en el siglo XII para que el templo se reconstruyera y dedicara a la veneración de Santa Lucía.
El nuevo edificio mantenía la estructura original, de tres naves rematadas por ábsides rectangulares, similares a los existentes en otras iglesias prerrománicas de la Península Ibérica. Un crucero soportado por arcos de herradura comunicaba cada una de las naves con su correspondiente cabecera independiente y les daba acceso entre sí. Entre el crucero y la nave principal, situada en el centro, se encontraba el lugar dedicado al coro. La nave central se encontraba en muy mal estado, por lo que hubo de ser reconstruida reemplazando sus arcos de herradura originales por otros apuntados, más propios de la nueva época. Y, al igual que en la construcción original, las puertas de acceso al edificio estaban situadas en sus laterales, probablemente protegidas por un pórtico hoy inexistente.
Comenzaba pues una nueva y no menos próspera era para el monasterio, periodo floreciente que se mantuvo durante muchos decenios. Hasta que en el siglo XIX nuevos invasores, esta vez llegados desde el norte, llamaron a la puerta de Santa Lucía del Trampal. La basílica fue esta vez ocupada por las tropas napoleónicas, que al abandonarla se llevaron consigo todo lo que de valor allí había. La puntilla llegó poco después, con esa ley de desamortización de Mendizábal que tanto daño ha causado al patrimonio artístico español. El templo pasó a manos privadas, hecho que lo llevó al abandono y a caer poco a poco en el olvido, a pesar de que durante unos años los habitantes del vecino pueblo de Alcuéscar siguieron celebrando una romería en sus alrededores.
La destrucción definitiva de la basílica estaba cercana cuando, hace poco más de veinte años, alguien se dio cuenta del acto imperdonable que constituiría la desaparición de una joya arquitectónica como ésta. Trabajos de reconstrucción se iniciaron entonces, pues, afortunadamente, la estructura de la iglesia estaba en bastante buen estado, al menos en lo que a su nave central concierne. Hace pocos años pude comprobar que este templo venerable vuelve a resurgir de sus cenizas, aunque su aspecto debe ser bastante diferente al que debió tener en sus días de gloria. Los fieles y monjes que en su interior oraban han sido reemplazados por visitantes que, aunque aún en escaso número, no dejamos de admirar su porte majestuoso. Santa Lucía del Trampal sigue desafiando al olvido como lo ha hecho durante tanto tiempo y esperemos que, por fin, consiga salir indemne de tan dura batalla.