De tú a tú
Érase una vez un recóndito lugar cuyos escasos habitantes llevaban una existencia tan recluida de las exiguas comunidades vecinas que incluso habían elegido su propio rey para que los representara. Sus antepasados habíanse establecido allí tiempo atrás, probablemente huyendo de la invasión musulmana que desde el continente africano se dirigía hacia el norte de la Península Ibérica, y allí vivieron en casi completo aislamiento durante siglos, pasando cuasi desapercibidos y a salvo de los muchos peligros que acechaban en el exterior. De su talante orgulloso da fe el hecho de que, a finales del siglo XVI, su rey por entonces atreviose a dirigir una misiva al monarca más poderoso que jamás existió, el emperador Felipe II de España, cuyo encabezamiento rezaba así: ‘Del Rey de Patones al Rey de España’.
Patones de Arriba es hoy poco más que una aldea situada en la Sierra Norte de la Comunidad de Madrid, en un enclave montañoso y apartado. Las inhóspitas condiciones de vida en este lugar motivaron a sus vecinos a establecerse en un valle situado tierras abajo, dando lugar a una población hermana, llamada Patones de Abajo, a finales de la primera mitad del siglo XX. El tradicional despoblamiento de toda la zona, así como el desplazamiento de los habitantes de la colonia inicial hacia un lugar más acogedor, puso en serio peligro a la villa tradicional, que hace pocas décadas presentaba un estado amenazando ruina. Por suerte para ella, el turismo acudió en su ayuda y varias de las antiguas viviendas se han reconvertido en restaurantes o casas rurales, lo que unido a otras que fueron compradas y habilitadas como segunda residencia ha evitado que Patones de Arriba sea uno más de los muchos pueblos despoblados que proliferan en España.
Parece ser que el hereditario cargo monárquico se mantuvo hasta la segunda mitad del siglo XVIII, durante el reinado de Fernando VI, cuando el último rey de Patones abdicó de su cargo y sus convecinos se sometieron a la jurisdicción del vecino pueblo de Uceda. Pocas décadas más tarde, ya a principios del siglo XIX, las tropas napoleónicas llegaban a la zona y se cuenta que los vecinos de Patones, poco más de cincuenta familias por entonces, pasaron desapercibidos para ellos debido al tradicional aislamiento del lugar. Consiguieron así resistir durante toda la Guerra de la Independencia, llegando incluso a prestar apoyo a guerrilleros como Juan Martín El Empecinado, que luchaban contra el invasor por toda aquella zona serrana.
La única vía de acceso a Patones de Arriba en la actualidad es una carretera de montaña que parte desde la vecina Patones de Abajo. Y, aunque la distancia entre ambas localidades es de pocos kilómetros, no hay evidencias de que exista una población allí hasta que se llega prácticamente a su entrada. Una vez arriba, es imposible no darse cuenta de lo dura que debió ser la vida de esta gente en el pasado, cuando las comunicaciones eran nulas y podían pasar aislados muchos meses debido a las inclemencias del clima. A cambio, el enorme atractivo de las construcciones de pizarra presentes en el lugar, junto a la serena belleza del entorno que lo envuelve, dejan una sensación de plenitud al viajero que pasea lentamente por aquellas viejas calles adoquinadas, donde el tiempo parece haberse detenido.
Un halo de misterio envuelve la villa a la caída de la tarde, cuando al doblar cada esquina no estás muy seguro de si vas a cruzarte con algún personaje del pasado. Quién sabe, incluso, si con el espíritu de algún rey de Patones que haya retornado del Más Allá para dar una vuelta por sus dominios. Porque, aunque la historia de este lugar está envuelta en la leyenda y la frontera que separa lo real de lo imaginado es aquí bastante tenue, nadie está en condiciones de desmentirla por completo. Prefiero pensar, por tanto, que cuando llegué a Patones lo hice a un reino mágico perdido en las montañas, donde el reloj se ha parado desde hace mucho tiempo atrás. Quién sabe, quizás todavía exista allí un rey que dirige a sus súbditos con valentía ante las agresiones que aún hoy amenazan a su pequeño reino desde el, para ellos, desconocido mundo exterior.
Vaya!! Y yo que ya flipaba con el tema del Couto Mixto que tenemos en Ourense…
El emplazamiento ha de tener condiciones muy duras, para pasar desapercibido, y mas por aquel entonces…
Y no se sabe si Felipe II respondió a su «igual» xD
Un saludo
Es un lugar bastante aislado, sí. Y las condiciones climáticas debían de ser bastante difíciles. Todo ello pesó en la decisión de moverse a un entorno más amigable, en la parte más baja del valle.
Supongo que Felipe II debió tomárselo a broma, jeje.
Muchas gracias por tu comentario y un abrazo.
Precioso relato (y muy bien documentado) de uno de los pueblos más bonitos de la comunidad de Madrid. Enhorabuena porque se lee de un tirón. Saludos
Me alegra que os haya gustado. La historia de Patones la conozco desde hace tiempo, desde antes de visitar el pueblo, y siempre me ha parecido fascinante. Cuando estuve allí pude comprobar que el sitio lo merece además.
Muchas gracias por vuestro comentario y un abrazo.
Mira que llevo tiempo con ganas de ir a Patones de Arriba. Es de esos lugares que «como caen a mano» y te plantas en él en cuestión de minutos, vas postergando. Tras leer tu relato, Florencio, y además con algunas cosillas que desconocía por completo, me han entrado aún más ganas de ir.
A ver si me organizo un poco y consigo que de este año no pase 🙂
¡Abrazote!
Conociendo un poco los lugares que te gustan, por lo que deduzco a través de tu blog, estoy convencido de que Patones te atrapará al instante. Es un sitio peculiar, en cierto modo envuelto en la bruma de la leyenda. Y por allí parece que no ha pasado el tiempo, incluso buena parte de sus habitantes siguen manteniendo una forma de vida tradicional. Parece un contrasentido que se encuentre a menos de una hora de una ciudad como Madrid.
Muchas gracias por tu comentario y un abrazo.
Interesante historia para un pueblo de los que a mí me gustan, donde la piedras hablan. Tendré que ir algún día a conocer Patones de Arriba, del cual hasta hoy desconocía incluso su existencia.
Un abrazo
Lo expresas muy bien cuando dices que en lugares como éste las piedras hablan, Maria Teresa. Te animo a que visites el pueblo y sus alrededores, seguro que te resulta una experiencia positiva. Como le comentaba a Eva, la sierra de Madrid esconde sitios idílicos a escasa distancia de la gran ciudad.
Muchas gracias por tu comentario y un abrazo.