Culta y roja
Siendo sincero, jamás de los jamases se me habría ocurrido ir a Bolonia salvo por una de esas casualidades que a veces ocurren. Buscando información sobre la región italiana de Emilia-Romagna y el adyacente estado de San Marino mis ojos se posaron en una página dedicada a esta ciudad, sobre la que apenas había oído hablar. Poco a poco, una lucecita comenzó a encenderse en mi interior y un nuevo viaje comenzó a tomar forma. Algún tiempo después aterrizaba en la roja, sobrenombre con el que se conoce a Bolonia en Italia, debido tanto al color del ladrillo empleado en muchas de sus construcciones como al hecho de ser feudo habitual de los comunistas transalpinos.
Bolonia ofrece una serie de particularidades que la convierten en una población única en su género. Una de ellas es el ambiente cultural que se vive en sus calles, posiblemente relacionado con el hecho de que su Universidad sea la más antigua de Europa y quizás también del mundo. Fue fundada en el año 1088 y alcanzó una enorme relevancia durante la Edad Media. Obtuvo la fama debido especialmente a su escuela de Derecho, cuyos maestros reintrodujeron los preceptos del derecho romano y lo convirtieron en una disciplina muy valorada tanto en su versión canónica como en la civil. En la actualidad, la Universidad de Bolonia cuenta con unos cien mil estudiantes y sigue sobresaliendo en el ámbito de las Humanidades, aunque se imparten también materias científicas y técnicas.
Otra característica importante de la localidad boloñesa son sus torres, cuya cifra alcanzaba las doscientas unidades allá por los siglos XII y XIII. Teniendo en cuenta que los habitantes de Bolonia en esa época eran unos diez mil, este número resulta ciertamente asombroso. Actualmente se conservan apenas veinte de ellas, entre las que destacan las simplemente conocidas como las dos torres. Son éstas las denominadas Torre Garisenda y Torre Asinelli, que se ubican en el centro histórico de la población. Originalmente la Torre Garisenda medía sesenta metros, pero durante el siglo XIV hubo de ser amputada en parte debido a que su excesivo peso estaba hundiendo el terreno circundante. Hoy día se eleva hasta unos cuarenta y ocho metros, menos de la mitad de los que tiene la vecina Torre Asinelli, cuya altura se acerca a los noventa y ocho. La figura estilizada de esta última es uno de los símbolos locales por excelencia.
No se queda atrás como atributo primordial de Bolonia su extraordinario conjunto de pórticos. Se le calcula una longitud total de cincuenta kilómetros en toda la ciudad, de los cuales aproximadamente treinta y siete se suceden en el centro histórico. Semejante abundancia tiene un origen medieval y se debe al incremento de la población como resultado del reconocimiento alcanzado por la Universidad boloñesa. Su construcción daba la posibilidad de ampliar el espacio disponible en las viviendas, al ocupar una parte de la calle en detrimento del terreno público. Sobresale el denominado Portico di San Luca, que se prolonga durante nada menos que tres kilómetros y medio y está considerado el pórtico más largo del mundo.
Aunque todas estas singularidades hayan marcado el carácter de la ciudad a lo largo de los siglos, el principal rasgo distintivo de la población en las últimas décadas es el predominio de las ideas izquierdistas entre sus habitantes. Tras el final de la Segunda Guerra Mundial, Bolonia se convirtió en el bastión del Partido Comunista italiano y pasó a ser popularmente conocida como la rossa en tierras transalpinas. Desde entonces se fueron turnando en la alcaldía antiguos sindicalistas, hasta que en 1999 el centroderecha se hizo con el poder. Poco les duró la alegría a los derechistas, puesto que en 2004 la izquierda recuperó el mando a manos del también sindicalista Cofferati. Desde entonces, el centroizquierda ha mantenido la primacía, pero Bolonia ya no es tan roja como antes. De lo que no caben dudas es de esa preeminencia cultural que mantiene desde época medieval.