Me duele aceptar que toda mi vida ha estado condenada al fracaso. Cual personaje quijotesco he emprendido numerosas andaduras a lo largo de los muchos años ya transcurridos y ninguna de ellas ha resultado satisfactoria. Cronológicamente hablando, he fracasado como hijo, como amigo, como estudiante, en mis relaciones con el sexo opuesto, como pareja, como profesional y hasta como aprendiz de escritor. Aunque lo que más me duele, con mucha diferencia, es haber fracasado como padre. Mi actitud demasiado permisiva y frecuentemente evasiva no le ha hecho ningún bien a mis hijos, que ahora se ven en el trance de afrontar situaciones difíciles sin el aprendizaje ni el apoyo adecuados. Los mismos retos que hube de enfrentar yo a su edad y de los que no siempre logré salir airoso.

Pero creo recordar que esto iba de viajes y no de airear mis (numerosos) problemas personales. Como os resultará fácil de entender, también he fracasado en general como viajero. Cierto es que he visitado más de un centenar de países, lo cual no está al alcance de cualquiera, pero disto mucho de ser un viajero que pueda considerarse como tal. El hecho de viajar nunca ha sido el eje central de mi vida y lo considero más bien una afición entre las diferentes que he tenido, como el baloncesto y el rock ‘n roll. Una afición cara, además, pues entre los gastos consustanciales al viaje, como vuelos, alojamientos y demás, he consumido buena parte de mis ganancias. Aunque nunca diré que ese dinero estuvo mal invertido.

Echando la vista atrás, pienso que el momento decisivo en el que pude convertirme en viajero de verdad fue cuando tuve que decidir si iba a llevar un vida convencional o, por el contrario, si me convertiría en lo que ahora llaman nómada. Eran otros tiempos, entonces no se había desarrollado internet de la manera en la que lo ha hecho en décadas posteriores y viajar era una actividad considerablemente más complicada que lo es ahora. Así que aposté por la primera opción, no sé si de una manera correcta o equivocada. Cometer errores ha sido otra constante en mi vida, tal y como relaté aquí, y es posible que encaminara mis pasos hacia el destino incorrecto por seguir las indicaciones de mi cabeza en lugar de hacerlo con las de mi corazón, como he hecho casi siempre.

Los corolarios derivados de aquella decisión son diversos. Uno de los principales ha sido no poder cumplir mi objetivo de visitar todos los estados del mundo, algo que me mantuvo ilusionado durante un prolongado periodo de mi vida. Tampoco creo que logre pisar las capitales de al menos un centenar de estados, a pesar de que no me quedan demasiadas. Ni llegar hasta la Antártida, hecho que me permitiría afirmar que he estado en los siete continentes. Incluso retos mucho menos exigentes, por cercanos, se quedarán seguramente en el tintero. Por ejemplo, conocer todas las provincias y sus capitales, las ciudades autonómicas, las islas principales y los lugares declarados Patrimonio Mundial de España. Lo tengo ahí, puesto que solo me queda ir a Melilla y llegar hasta cinco patrimonios mundiales, pero ahora mismo lo veo inalcanzable.

Podéis decirme que aún tengo tiempo para cumplir al menos algunos de estos retos, pero cada vez tengo menos esperanzas. Ya no disfruto tanto viajando como antes y mis condiciones de vida han cambiado a peor en lo referente a este ámbito. No he añadido ningún nuevo estado a mi lista de países visitados desde hace casi trece años, aunque he hecho algunos viajes desde entonces. A pesar de lograr reunir un currículum viajero aceptable, el pasado no me interesa y trato de evitar echar la vista atrás. Puedo decir, por consiguiente, que como viajero también estoy condenado al fracaso. Me queda la ilusión de que en el futuro mis hijos se interesen por este mundillo tan maravilloso y logren alcanzar lugares a los que ya nunca podré llegar yo.