Con pies de barro
La palabra ksar denomina en el Magreb a las aldeas donde se asentaban los habitantes de las estribaciones del Atlas siglos atrás. A pesar de que el término equivalente en lengua bereber es aghrem la versión árabe acabó imponiéndose e incluso llegó a extenderse a Europa, dando origen al vocablo español alcázar. Aunque existen ciertos matices que diferencian estas construcciones según estén situadas a un lado u otro del estrecho de Gibraltar, en el fondo comparten el destino común de servir tanto de vivienda como para dar protección a sus moradores. Con el fin de facilitar este último objetivo los ksar solían estar situados en la cima de una colina, medida que hacía más sencilla la detección de posibles enemigos a la vez que ayudaba a sus pobladores a prepararse para la defensa.
Situado en la ruta de las caravanas que, con propósitos comerciales, cruzaban el Atlas para llegar desde el desierto del Sáhara a Marrakech, Ksar Aït Benhaddou cumplió tal función a la perfección desde tiempos inmemoriales. Dedicados al intercambio con los viajeros que transitaban la ruta, sus habitantes vivieron épocas de prosperidad al abrigo de una economía floreciente. Los nuevos tiempos trajeron consigo una fuerte reducción del comercio en la zona, con lo que las kasbah, término con el que también son conocidas estas edificaciones, fueron poco a poco cayendo en el olvido. En periodos de crisis, el sentido de comunidad unida con el fin de proteger sus bienes perdía casi toda su razón de ser, por lo que los bereberes comenzaron a bajar de las colinas para mudarse a nuevas aldeas esparcidas por la llanura.
Desde la distancia, Aït Benhaddou muestra un grado de mimetismo tal con su entorno que lo hace parecer invisible a ojos profanos. Conforme el visitante va acercándose a sus inmediaciones la ciudadela da una sensación de uniformidad, aparentando ser un todo donde la tarea de individualizar las viviendas que lo componen no resulta evidente. El sentimiento comunitario debía presidir la vida en estas aldeas del Atlas, que seguramente llegaron a desarrollar un fuerte carácter endogámico. No sé si la comparación es la más adecuada pero Aït Benhaddou me recordó en cierta manera a un hormiguero, donde cada individuo desarrolla su función en torno a un bien general que permite sobrevivir al colectivo y el trasvase de elementos entre unas comunidades y otras raramente suele darse.
La desaparición de las caravanas que transitaban por esta zona predesértica, a la sombra de las altas cumbres del Atlas, llevó a los cada vez más escasos habitantes de Aït Benhaddou a establecerse en un poblado de nueva construcción al otro lado del río Ounila. La necesidad de protegerse ya no era tan elevada y la mejora en intimidad considerable. Con el paso del tiempo, aquellos mercaderes que llegaban a la fortaleza para comerciar con sus productos fueron siendo reemplazados por turistas, que cada vez en mayor medida se acercan a visitar una comunidad estancada en el pasado. Pequeños restaurantes y negocios de artesanía han proliferado en la nueva aldea, que presenta el mismo tono ocre de la ciudadela aunque su arquitectura es considerablemente más impersonal y carente del encanto de ésta.
Pasear por las estrechas calles de Aït Benhaddou es toda una gozada. Algún que otro artesano ofreciendo sus productos o una niña que invita a visitar su casa de adobe no contribuyen a enturbiar la tranquilidad que rodea al visitante en su camino sin rumbo fijo hacia la cima de la colina. Desde allí arriba se tiene una buena visión cenital de la ciudadela, así como del nuevo poblado situado en la otra orilla del río y el amplio espacio de terreno pedregoso que la rodea. Un lugar excelente para divisar a tiempo a los enemigos de la comunidad y preparar la defensa ante los peligros potenciales que pudieran acarrear. Lástima que sea insuficiente para prevenir los riesgos que acechan a Aït Benhaddou en la actualidad. Porque la despoblación y el olvido, que tan sibilinamente han llevado a la ruina a la mayoría de estos gigantes con pies de barro que son los ksar del Atlas y amenazan al más carismático de todos ellos, son infinitamente más difíciles de avistar.
Espero que los ksar no desaparezcan de la región del Magreb. Como bien dices, es una maravilla pasear por sus calles.
Un saludo.
Lamentablemente, lo tienen muy mal Mercè. Curiosamente, el turismo es hoy día uno de sus principales apoyos. Gracias a él y a su declaración como Patrimonio Mundial, Aït Benhaddou está en pie, si no probablemente habría desaparecido.
Muchas gracias por tu comentario y un abrazo.
A principios de año estuve por la zona y es una verdadera pena el estado en que se encuentran los ksar. Ait Benhaddou medio se conserva quizá por ser PdH, pero el patrimonio de adobe en toda la zona es riquísimo y pasamos por algunos ksar ya convertidos en escombro, pero que a poco que te fijaras en los derrumbes, te dabas cuenta de la grandiosidad de esos edificios en el pasado. Realmente dramático como se está esfumando todo ese legado en pleno siglo XXI sin que nadie haga nada.
Totalmente de acuerdo contigo. Creo que solo el turismo puede salvar esta forma de vida de su total desaparición de aquí a pocos años. Por eso es tan importante que viajemos a esta zona del sur de Marruecos, a ver si así sus propios habitantes se dan cuenta de que deben mantener en buen estado sus viejas construcciones de forma que ello redunde en su economía. En cierto modo es algo similar a lo que ocurre con los pueblos semiabandonados en España, el turismo rural es su última esperanza.
Muchas gracias de nuevo y un abrazo.