Con la cabeza en las manos
Durante mi última visita a la parisina Catedral Notre-Dame caí en la cuenta de un detalle que me había pasado inadvertido en anteriores ocasiones. En la denominada Puerta de la Virgen, concretamente en la jamba situada a la izquierda del observador, aparece una figura decapitada sosteniendo su propia cabeza con las manos. La testa va tocada con una mitra, lo que me hizo sospechar que la escultura podría mostrar a un obispo. El rostro manifiesta un aspecto apacible y sereno, como si el personaje en cuestión estuviera en paz consigo mismo y tuviera asumido su terrible destino. No pude dejar de pensar en esa imagen el resto del tiempo que pasé en la catedral, ni de preguntarme sobre las circunstancias de la persona allí representada.
Quizás por intuición, o bien por simple casualidad, en aquel viaje a la ciudad de la luz decidí acercarme hasta la población de Saint-Denis con el fin de ver su catedral. Lo único que sabía sobre este templo era que había sido el primero edificado en estilo gótico y que fue el modelo en el cual se inspiró la famosa catedral parisina. Como admirador sin límites de la grandiosidad gótica, no podía dejar pasar la oportunidad de visitar la iglesia donde surgió el que quizás haya sido el estilo artístico más innovador que hayan visto los tiempos. Debo admitir que desconocía por completo cual había sido la motivación que había impulsado su construcción y a quien estaba dedicada su advocación, cuestiones éstas que no me parecían lo suficientemente importantes.
Craso error. La figura de San Dionisio, Saint Denis para los franceses, merecería por sí sola una visita al lugar donde fue enterrado. De origen italiano, a mediados del siglo III marchó hacia Francia junto a unos compañeros, con el fin de divulgar sus ideas cristianas. Se estableció en París, donde se convirtió en el primer obispo local. En sus alrededores fundó varias iglesias y, durante la persecución a la que fueron sometidos los cristianos en tiempos del emperador Aureliano, fue martirizado y decapitado. Según una leyenda muy popular en época medieval, Dionisio recogió su cabeza y caminó a lo largo de seis kilómetros con ella en las manos, hasta entregársela a la piadosa Casulla, de cuyo nombre derivó el término que designa la vestimenta utilizada por los sacerdotes para la celebración de la misa. Tras hacerlo, se desplomó y cayó muerto.
Existen diferentes versiones sobre el sitio en el que fue enterrado el cuerpo de Dionisio. Una de ellas afirma que lo sepultaron en el mismo punto donde acaecieron los hechos relatados. Otra, que su cadáver fue arrojado al río Sena. Lo que parece demostrado es que, dos siglos más tarde, Santa Genoveva fundó un templo en ese lugar, ya conocido como Saint-Denis. Hasta él, por entonces ya convertido en iglesia abacial, se llevaron las reliquias del primer obispo parisino en el siglo VII. Con el tiempo, la afluencia de fieles comenzó a incrementarse y la iglesia hubo de ser ampliada, reconvirtiéndose en una basílica de tres naves. Hasta que, en la primera mitad del siglo XII, un abad apellidado Suger decidió reformar la ya por entonces decrépita basílica y, seguramente sin pretenderlo, dio paso al más grandioso estilo artístico desarrollado por el ser humano: el gótico.
Arquitectónicamente hablando, la catedral de Saint-Denis, estatuto adquirido en 1966 al crearse la diócesis homónima, tiene planta basilical dividida en tres naves, que están separadas por columnas de mármol y cruzadas por un transepto. A cada una de ellas se accede desde la fachada a través de una puerta diferente, la central algo más alta que las laterales, tal y como sucede con las propias naves. La construcción del coro hacia mediados del siglo XII supuso una revolución, que los expertos consideran el punto de partida de la arquitectura gótica. Destacan también las vidrieras, aunque no se conservan todas las originales. Mantiene tan solo una torre, que se eleva cincuenta y ocho metros, mientras que la segunda, que lo hacía hasta alcanzar los ochenta y seis, hubo de ser desmontada en el siglo XIX debido a los efectos de un tornado. Pero si algo caracteriza a este majestuoso templo es su condición de panteón real. Más de setenta mausoleos de reyes de Francia, sus consortes y otros personajes ilustres se hallan en su interior. Todos, sin excepción, eligieron descansar eternamente junto a San Dionisio.
Casualidades de la vida, precisamente la semana pasada a raíz de una entrada sobre la localidad bretona de Ploumilliau escribí sobre otro santo al que se suele representar con la cabeza cercenada y sostenida por sus manos: san Milio de Cornualles.
He estado frente a Notre-Dame varias veces pero nunca me había fijado en esa estatua, y menos aún conocía su identidad. Tampoco me ha dado nunca por ir a ver la catedral de Saint Denis, y dicen que se ha vuelto una parte bastante peligrosa de París, pero la próxima vez que vuelva por allí la pondré en la lista de prioridades. 🙂
Un abrazo,
Joaquín
Gracias por la información. Nunca había oído hablar de San Milio de Cornualles, pero he leído la información que aportas en tu entrada sobre Ploumilliau y me parece muy interesante. Muy curiosa la tradición del Ankou, sobre la que tampoco había oído hablar.
La catedral de Saint-Denis merece la pena tanto por el templo en sí como por el panteón de los reyes de Francia que alberga. Cuando estuve, no tuve sensación alguna de peligro, pero ya han pasado unos años desde entonces, así que desconozco la situación actual.
Muchas gracias por tu comentario y un abrazo.